Creo que se escribirá bastante en estos días sobre la ausencia que deja el editor Óscar de León Castillo en el mundo de la literatura y de la cultura en general. Desde ya se resalta la faceta de escritor, amigo, padrino literario, director de revistas y hombre de iniciativas diversas en pro de la educación guatemalteca. Realmente don Óscar, era todo esto y mucho más.
A mí siempre me sorprendió la inocencia de su trato, habitualmente sincero y directo, y la ilusión con que acometía sus proyectos. Era un hombre apasionado en lo que hacía. Sus conversaciones, al menos las que tenía conmigo, giraban en torno a las posibilidades de la educación y su deseo porque los niños leyeran más. Lamentaba el descalabro del sistema educativo y la deficiencia del profesorado en general, especialmente los del nivel primario.
Era una especie de patriarca amoroso que estimulaba a los jóvenes a escribir. Me consta y hay testimonio de ello, que muchos imprimieron sus primeros pensamientos dignos de papel, con el que se convertiría con el tiempo en personaje imprescindible del ámbito editorial. Siempre humilde, abierto y generoso. Omnipresente cuando se trataba de bautizar un nuevo libro. Sus palabras eran generalmente graciosas, anecdótica a veces, pero cargadas de afecto hacia los escritores.
Apoyó muchos proyectos literarios con la ilusión propia de un niño a quien le brillan los ojos por el efecto de lo codiciado. Y como púber, quizá algunas veces fue demasiado audaz, pero nunca se le vio alterado por la sombra del fracaso cuando se trataba de empresas culturales. Daba la impresión que comprendía que su labor editorial iba mucho más allá del negocio y el lucro de las ventas. Era en realidad un hombre bueno.
Por eso le vamos a extrañar. Porque más que una persona obsesionada en los embarazos típicos de un librero, era un mecenas y amigo siempre dispuesto a celebrar la vida. Cómo olvidar, en este sentido, las jornadas litúrgicas en torno al banquete pagano en el que con pan y vino hablábamos de literatura. Ahí estaba siempre él rememorando su experiencia, instruyéndonos en la vida y dándonos consejos. Aun ya delicado de salud, algunas veces se aventuraba en recepciones para no dejar frustrados a los sedientos habituales de… sabiduría.
Hay mucho que evocar de don Óscar, pero no hay que agotar el tema. Cedo la palabra a los amigos para que ellos mismos nos compartan la polifacética vida de un hombre realmente grande.