Orhan Pamuk: El libro negro (XX)


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“Mientras tú, contento con tu vida (…) llevabas con cariño del brazo a tu mujer entre la multitud (…) ella buscaba entre las fotografías de las paredes y entre la multitud una cara que le abriera las puertas a otro mundo.”

René Leiva


Rüya y Galip no eran, según disimulos y simulaciones, un matrimonio convencional, una pareja simétrica, una conyugación, amantes precisamente dichosos o, al menos, en que uno case con el otro de manera parecida a ese montaje con iluminación artesanal que es aceptado como un rito de rutinaria continuidad desde antes del primer día…

Que los otros noten lo que a nosotros pasa desapercibido como pareja denota que la canción del dúo desentona en todos los rincones y registros de la partitura. Casillas o caparazones y hasta latidos contiguos, como las butacas en el teatro y el cine. Claro que las apariencias otorgan una cierta seguridad; placer incluso.

Un hijo de Rüya y Galip hubiera tornado a color esta novela de misterio. Gracias hijo por no haber nacido y ni siquiera intentarlo. Un lector centroamericano más o menos anónimo te lo agradece en nombre de ese misterio.

¿Por qué el mundo, su brazo mundano, en un acto de barata prestidigitación, pero desde varios siglos antes y en ámbitos antagónicos, se confabula para separar a un hombre que sueña despierto y a una mujer que duerme sin soñar?

Conste que separar es apenas una palabra cuando separación es un convenio tejido desde siempre, o que se teje al compás de los relojes de pared, de mesa y de pulsera, cuando no son digitales (bendito Alá, que cuando Pamuk escribió esta novela los relojes en Turquía todavía eran nobles objetos atravesados por el tiempo sensible).

Ah, no hay como casarse, sea entre primos o con desconocidos, endo o exogamia, vivir en el mismo edificio y dormir en la misma cama, y seguir siendo solteros emocionales, sin cruce de sueños, sin empalme de íntimas memorias, sin fusión de soledades… Los mismos conocidos a medida que pasan los años, los mismos desconocidos a través del tiempo… Nos vamos haciendo otros incluso para nosotros mismos.

Descubrimiento lectural no por fuerza asombroso: con o sin la desaparición ¿repentina? de Rüya y el mutis de Celal –¿incesto esotérico?– el misterio siempre estaría ahí y allí.

Pero una cosa es clara: Rüya, lectora de novelas policiacas, no muere de amor, al menos no por Galip, quien en la búsqueda de su esposa llega a ser –¿ser?– otro.