“Lo que vio le enseñó que la vida ‘en nuestra ciudad’ era tan real como un mundo imaginario. Por supuesto, aquello confirmaba que el universo era un libro.”
En una novela de misterio, así sea registrada en Estambul, encaja muy bien un indeterminado “hombre salido de una película en blanco y negro”, fugaz compañero de taxi de Galip, luego atrapado por la policía junto a su maletín de hombre de negocios, presunto perpetrador de algún truculento crimen, según borrosos y subjetivos indicios.
Las películas en blanco y negro difuminaban ciertas emociones, diluían algunas percepciones, y, a la vez, resaltaban otras sensaciones y sentimientos; como la propia escritura, sobre todo impresa (con tinta negra) en el papel (blanco, casi siempre).
Nada tan negro como la noche en películas en blanco y negro, a pesar de la conjunción, obligada entre esas dos palabras que parecen una sola. La memoria desgasta matices; el olvido inventa nuevos, inéditos grises.
En el cabaret “Club Nocturno” Galip asiste a unas “Historias de amor de una noche de nieve” con diversos relatores, a manera de juego de acertijos poco o nada eróticos, qué coincidencia; perversiones que prefiguran, delatan, deforman la historia reciente de Rüya-Galip, semillas transgénicas de su “caso”, maliciosos esbozos de simples sospechas a partir de ocios delectables.
Historias de amor que podría contar un Onetti o el Albert Camus de “El extranjero”. Para dar algo más que una idea no ideal.
Personajes desconocidos, casi anónimos, que Pamuk se saca de la manga, quienes cuentan historias que sí, sí vienen al caso porque aluden o pasan reflejando a Galip; incluso la por él relatada sobre el anciano periodista lector de “En busca del tiempo perdido”, que se cree Proust y la desaparecida Albertine, a la vez.
Historias de amor en que el amor está oculto, embozado, confundido, adosado, disfrazado de cualquier cosa que le es extraña, o no tanto.
El amor, el hecho ¿concreto? de amar, nos hace ser otros. Algo o mucho se pierde de sí mismo en relación a lo extraño adquirido más allá y más acá de la piel y sus orificios.
“…Cada turco que se enamora de una obra occidental que nadie ha leído, después de cierto tiempo, comienza a creer de corazón, no que simplemente ha leído el libro con enorme placer, sino que él mismo lo ha escrito.”