“B: Escribe de manera fácil y te leerán con facilidad. C: Escribe de manera difícil y te leerán con facilidad.”
Todo lector digno de tal nombre, por su cuenta, temprano o tarde, llega a descubrir el océano Atlántico – o mar Mediterráneo- de que una novela, desde El Quijote, puede alimentarse, contener, engarzar poemas en prosa, prosa poética, pequeños ensayos, apólogos, trozos de historia sabida o ignorada, cuentos breves, aforismos, fórmulas literarias, significativos o triviales plagios, notas periodísticas, folclor, exégesis religiosa o política… aunque no necesariamente, por supuesto.
La novela es, tal vez, el más libro de todos los libros en sus cuatro o cinco significados a partir del invento o descubrimiento de la tipografía. Y El libro negro, en tal sentido, más que una novela, es un libro; y negro, por añadidura no literaria y aún menos académica.
(Digitalizado, como las fotografías retocadas, perdería su alma; dejaría de ser libro; sería otra cosa; Alicia sin espejo, sin país de las maravillas; casa sin tejado; Harun al – Rasid frente al telenoticiario, su disfraz colgado; Schrezade y la versión árabe de En busca del tiempo perdido en una sola noche, para el sultán de Bagdad.)
No son muchos los libros, incluso releídos y vueltos a leer, en que un lector se pierda por sus propios pasos, invente atajos entre líneas y evite encontrarse, porque hasta elude los espejos colocados por la escritura como acechanza del misterio… La lectura a manera de reflejo o anverso de la escritura… ¿O…?
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Sabido es que el lector también oye lo escrito, aire respirado en la otra orilla del silencio. Leer es, asimismo, oír al otro y a sí mismo. Las palabras en su tránsito del papel impreso a más allá del ojo suenan y resuenan al ser absorbidas en la quietud silábica y salívica de la lengua.
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Que lo escrito y lo leído, aparte obvias simbiosis subterráneas, guarden una cierta distancia, como los mausoleos separados por veredas de caprichosos adoquines.
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Que un hombre o mujer sea tantos hombres o mujeres como libros ha leído. Incluso después de leerlos y olvidarlos. El arte de saber ser otro. De perderse y ya no encontrarse. El que salió de aquella orilla no es el mismo que llega a esta otra orilla. Queda un mar de misterio, El libro negro… Porque siempre, siempre se está a punto de llegar a ninguna parte, que siempre es solo parte. Porque excepto la vida nada puede ser tan sorprendente como la escritura (Pamuk-Celal-Galip).