“Abajo, por la parte de la mezquita, se acercaba por la acera una pareja que llevaba unos paquetes, pero Galip vio un niño pequeño en brazos del joven padre”.
Retrasado en su cita secreta y embozada, suplantada y apócrifa con la pareja telefónica de rencorosos acólitos ideológicos y emocionales de Celal (la falsa/frustrada amante del columnista y el fracasado escritor/político conspirador), Galip se oculta en la oscuridad frente a la tienda de Aladino para ver y no ser visto, con la ansiedad y tensión de quien lleva siete días de búsqueda malograda y encuentros fortuitos pero esenciales; siete días de un periplo a través de su infancia, avatares familiares, matrimonio con una amada desconocida que lo ha abandonado; de quien ha asumido una entidad / identidad admirada y temida (Celal) y tan desconocida como la propia…
Allí y así escondido, exacerbadas percepción, memoria e imaginación, Galip tiene todo el tiempo de este mundo, en dos o tres intensos y ansiosos minutos, para captar los pormenores del mejor cine documental, en blanco y negro, referido a una de las calles de su infancia, en el que lee por enésima y primera vez, desde “la luz roja de la brasa de un cigarrillo” hasta “el chirriante neón del cartel publicitario de la tienda que exponía máquinas de coser…” es decir, segundos significados, tal vez encadenados o cómplices, de cosas y hechos cotidianos que pasan desapercibidos a quienes únicamente viven el primer significado del mundo, de los demás y de sí mismos…” (…) Desdichados (…) que habían olvidado los recuerdos de ese universo cuyo misterio habían conocido tiempo atrás; como los que han olvidado el amor, la fraternidad y el heroísmo y se conforman con lo que ven al respecto en las películas…”
Aunque con el guión y en el papel de otro, de Celal, Galip no deja de sentir y pensar como él mismo, conforme a su mismidad acostumbrada aunque puesta en razonable duda por los últimos acontecimientos… Por –en esta tesitura– la extraña personalidad y biografía de Rüya, del propio Celal y de un Galip como el señor de los espejos…
Comparar la edición nocturna del Milliyet, “edición de las tabernas”, leer su artículo con el nombre y fotografía de Celal, imaginar la reacción imprevisible del afamado-amado-odiado columnista al leerse sin ser él el autor de su imaginada lectura… ¿Quién le hace un favor a quién, en el supuesto de que “quién” sea alguien? ¿Estamos ante una, otra, disolución del yo, de la narcisista individualidad, del soberano ego, como excelsa obra de arte? Es que “lo importante es el cuento, no el cuentista”. Bien, ¿pero cuando cuento y cuentista son uno y lo mismo, en buena medida? Y aún más allá: “Hacer la obra pero no afanarse por sus frutos”.