Orhan Pamuk: El Libro Negro (XLII)


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“… Eres capaz de convencer pero no crees y consigues convencer precisamente porque no crees. Pero aquellos a los que has logrado convencer son presa del miedo cuando comprenden que los has convencido sin creer tú mismo.”

Veinte páginas, en el texto, antes del principio de un final previsible pero inconcluso (toda escritura termina, toda historia prosigue); veinte páginas (477-496) del diálogo telefónico, esclarecedor pero no concluyente, entre el desencantado potencial verdugo de Celal, huérfano ya de espejos hacedores más de existencia que de vida debida… y un Galip delimitado por la apetecida identidad de Celal no accidentalmente asumida, no casualmente suplantada, no por fortuito hurto.

René Leiva


Diálogo en que una víctima lejana escucha su fragmentaria y escalonada sentencia de muerte construida con la memoria verbal de otro –su “lector fiel”–, precisamente dictada en los oídos también de otro que hace de cauto defensor parapetado en la distancia anfibológica de las palabras…

Mehmet, el lector absoluto de Celal… ¿Alienado? Entregado en mente, alma y espíritu a los artículos del columnista, que, por increíble paradoja, se confiesa no a Celal sino a Galip… ¿Una creación espuria de Celal, sin él saberlo? Mehmet, criatura de Celal que desea asesinar a su “padre”, quien ignora haber engendrado tal “hijo” más que conceptual.

“… En este país nadie puede ser él mismo. En el país de los derrotados y los oprimidos, existir es ser otro. Soy otro, luego existo. (…) no vaya a ser que ese otro en cuyo lugar quiero estar sea otro a su vez…”

Pobre Mehmet, el todavía incierto asesino, ignora que es coautor de memorables párrafos del libro negro que nunca leerá impresos.

La pérdida, el olvido o el disfraz del misterio como un trauma colectivo que la propia sociedad ignora y solo unos pocos todavía atisban en el (peligroso) juego de las palabras comunes y los signos ocultos en las cosas más evidentes.

Supónese que Celal en sus artículos creó toda una mitología de la redención, de la revolución, de la venida (o llegada) del Mahdi, de la revelación de un poder inmanente a todos y cada cual de los ciudadanos (turcos) que logra cambios en la vida mediocre, gris, resignada, sumisa, amnésica de historia, sosa, de los más modestos e ignorantes hombres y mujeres.

“(…) En algún profundo lugar, en nuestro pasado, entre los sedimentos de nuestros recuerdos, entre las frases y las palabras, aún se pasea disfrazado entre nosotros el misterio que está al borde del olvido y que tenemos que encontrarlo (…)”

A último momento, citarse con un potencial asesino, lector fanatizado, en nombre de otro, de la probable víctima… ¿Sólo por curiosidad?

(Prosigue en enero, Deo volente.)