Orhan Pamuk: El Libro Negro (XIX)


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En tiempos, una tarde de invierno, Celal va a ver el edificio de su niñez y juventud, lugar oscuro, con “aspecto de hundimiento y decadencia (…) como si fuera un castigo por sus pecados de juventud”. (Eso de pecar y no experimentar la supuesta felicidad que conlleva el pecado…)

René Leiva


Celal se recuerda muchacho, oteando la vida y la existencia por las ventanas del edificio, y ve su imagen reflejada en los cristales, mientras habla o piensa de sí mismo en tercera persona, como desresponsabilizándose de ser quien fue (y es).

El epígrafe del capítulo, de Nathaniel Hawthorne, de La casa de los siete tejados, dice: “… el aspecto de esa venerable mansión siempre me producía el efecto de un rostro humano.”

Ese edificio como una, otra, metáfora de la sociedad, la familia, el propio individuo, con sus misterios y sombras, su mal aliento y suciedad, todo lo feo y sombrío que sabe ocultar pero no olvidar porque muchos malos recuerdos los tiene enfrente y es vano esconderlos… Nos gusta soñar pero no siempre podemos prever las pesadillas.

Fácil confundir recordar con soñar, sobre todo si se tiene mala memoria o se pierde en el jardín del olvido. “Vivimos poco, vemos poco, sabemos poco; soñemos, pues. Feliz domingo, queridos lectores.”

Edificio mítico y místico. Con alma plural y compleja, una psicología múltiple; con secretos y deseos, contradicciones, desvergüenzas y pudores. Un monstruo con mucho de ingenuo; demasiado humano pero sin ningún Nietzsche a la vista; con algo o mucho de caverna prehistórica; mausoleo de recuerdos; templo de la ausencia, como todo templo; habitáculo de palomas mensajeras del más allá cercano, de inevitables ratas, cucarachas y otros bichos custodios del humano; sombríos olores, siempre los olores, de cocina, de retrete, de pasillos encerrados donde caminan de puntillas humo de tabaco, risas abotonadas, ecos de lágrimas…

Cuánto de miedo infantil en el misterioso pozo sin fondo que había al lado del edificio. Cuenca de ciego que sólo mira en la oscuridad, boca fruncida del arcano, depósito circular de los malos sueños, habitación de los fantasmas indigentes… ¿Qué se hizo la tierra de que un día o siempre estuvo lleno?

Si se pega el oído a las paredes de esos edificios, de noche, puede escucharse un murmullo entrecruzado de voces encasilladas, atrapadas en un crucigrama apenas sonoro.

Cierta sentencia china, ajá, aconseja no volver al lugar donde se fue feliz, pero a donde la felicidad ni siquiera aparece en el vocabulario, el regreso puede ser un intento onírico de recuperar el seno materno, sabelotodo Celal.