“En un momento en que Galip no miraba al espejo la mujer dijo meciéndose con los silenciosos muelles de la cama: ‘Los dos nos hemos convertido en personas distintas. ¿Quién soy yo? ¿Quién soy? ¿Quién soy?’, le preguntó, pero Galip no le dio la respuesta que ella quería escuchar.”
Ah, el olvido constante, insidioso, alevoso, de que se lee “sólo” una novela, que todos esos párrafos y páginas son literatura, arte, poesía, ficción, mentira de la mejor calidad, como los relatos orales del remoto contar, llenos de magia interactiva, en simbiosis anímica narrador – oyente, según la amarillenta estampa convencional. (El califa de Bagdad olvidó durante mil y una noches que debía sacrificar a Sherezade, y Alicia, dentro del espejo, se perdió en el laberinto de su propia imaginación.)
Pero aparte es un cuento de breve hilo sin nudos y aparte una compleja novela de misterio que no logra descifrarse a sí misma por simple combinación de claves disímiles…
Casi por inercia, o como un niño llevado de la mano a una dulcería, o por curiosidad instintiva, pero sin olvidar que está en la búsqueda vagabunda de Rüya, Galip asume su papel de cliente cauto en un burdel donde todo, desde el nombre, “Amigos”, y el falso erotismo o erotismo verbal, es un montaje cinematográfico para cinéfilos irredimibles, para quienes la comedia del engaño es algo parecido a una supravida (?), como si la existencia a secas no bastara a llenar vacíos reales o imaginarios, si alguna diferencia hubiese.
Incluso en un más que fortuito encuentro prostibulario se puede armar un frívolo teatro íntimo de fingimientos en el que ni uno ni otra son lo que son; en que vale más el autoengaño que el tratar de convencer al otro de que casi todo juego imitatorio termina enfrente de un espejo empañado.
Galip y la hetaira –inteligente pero de técnica ortodoxa– actúan como actores que escriben el guión a medida que su actuación desenrolla carretes de una película fragmentada por imágenes instantáneas que sólo el diálogo, también fragmentario, hace entendibles. Por acuerdo lúdico, nuestros dos héroes encerrados entre cuatro paredes encarnan personajes de la filmografía turca entonces en boga: Mi querida prostituta.
“Cuando, en medio de un extraño silencio en el que no se oía el estruendo de la música, la cabeza y los ojos de largas pestañas de la mujer surgieron de entre el humo, como si fuera la cabeza de una santa que se aparece entre la niebla, Galip pensó por primera vez en su vida que podría acostarse con otra mujer que no fuera Rüya.”