Orhan Pamuk: El Libro Negro (XII)


rene-leiva-pixeleada

“Por alguna razón aquella tarde su pelo estaba arreglado y peinado y se había pintado de forma casi imperceptible los labios; una pintura de labios de la que todavía recuerdo su rojo teja. Me quedé observando los labios de mi madre, su boca, que tan a menudo comparaban con la mía.”

René Leiva


Confieso que he leído (desparáfrasis, desliteral). No pido perdón ni lo necesito. Condénenme a leer hasta el fin sin final. Porque una lectura no quita otra lectura; la acrecienta. Confieso que leer es un comienzo porque a medida que leo soy leído. No sos el primero en enmascararse para leer un libro que pretende comprenderte. Un libro, al fin, que te lee. ¿Máscara le llamás a ese violín de Vivaldi que está de más en la escritura?

Celal iba, fue, en busca de un beso más o menos urgente, el beso, que no quería encontrar. No deseaba besar sino ser besado, como si diferencia hubiera. Quería ser marcado con fuego húmedo. Marca que una sonrisa borra.

Besar no es lo mismo que el beso. Dejar algo en otros labios, algo que dure el latido de un espejo. El beso define un poco al otro, la otra, nos sitúa si estábamos lejanos de nosotros mismos. El beso dado a una mujer me acerca a mí. Sus labios aunque pasivos me devuelven. Beso un espejo en que soy otro.

Sí, Celal quería el beso imposible más allá de los labios. Beso no es lo mismo que besar. Te dan un beso pero no te besan. Te besan pero se quedan con el beso apretado, detenido, avaro, en los labios pálidos. Del diente al labio se queda el beso verdadero. ¿Por cuál beso iba Celal escalando muros de un Estambul imbesable?

¿Por qué un columnista influyente cuya memoria gotea, solitario, solterón, huraño, de imaginación en contubernio con la realidad, inventa un matrimonio imposible por propio, una mujer propia, digamos, que le escucha y le espera cual Penélope que ha perdido toda esperanza sin monólogo interior ni exterior? ¿Acaso porque podría besarla a escondidas de ella misma?

“Mientras salía de la pastelería con mi paquete de manjar blanco les besé, primero a él y después a su mujer, con el aire de los occidentales bien educados que había aprendido en  las películas. Qué extraños lectores son ustedes, qué extraño país es éste.”

Ir en busca de un beso desconocido, prohibido, inédito, tal vez enfermo. Leer la ocurrencia porque está estampada, sin labios ni apetito, en El libro negro. Leo y soy leído, lo presiento. Pamuk se burla del existencialismo en una Turquía debatida. ¿Leyó Orhan a Kierkegaard, a Heidegger; alguna vez cenó con ellos tamales colorados?