“Se me han olvidado hace mucho los nombres de los queridos lectores que tenían los mismos sueños que yo en la época en que interpretaba sueños en este periódico suyo y los misterios que les revelaba en las cartas que les enviaba.”
Memoria y olvido. Olvidar es perder algo o mucho de lo vivido y, a la vez, recuperar trozos de lo imaginado. En el lugar de la memoria se instalan inofensivas invenciones que no pretenden usurpar nada ni fingir otra identidad con el momentáneo disfraz.
Celal inventa ser otro sin dejar de ser el mismo (él mismo).
¿Qué tan alienado está quien es consciente de la pérdida parcial -¿o total?- de cuanto constituía su identidad?
Cuánta autenticidad y genuinidad en fingir ser otro; en querer ser otro; cuánta entrega de lo poco genuino y auténtico que se posee… En el camino de búsqueda de ese otro ¿se obtiene más de cuanto se pierde?
Cando las rosas del jardín – – metafísico, metafórico, alegórico – – de Celal se marchitan es porque su memoria se está perdiendo. ¿O al revés?
Entre lo mucho que se pierde nada recupera tanto, cualitativamente, simultáneamente, como la memoria. Sobre todo cuando la propia memoria cuenta las ovejas que saltan de mañana a hoy, y de hoy a ayer en ese insomnio crudo que no quiere distinguir entre ocaso y alba. (Más el oportuno descubrimiento, ¿para cuándo?, de que tantas ovejas son la misma oveja, a veces negra.)
Una rosa (siempre la rosa) marchita como símbolo del olvido puede, en ciertas almas con tendencia agónica, ser más evocadora que la promesa contenida en el capullo con todo y gotas de imprescindible rocío espejeante.
(¿A qué o a quién culpar por repentinos extravíos o imprevistas divagaciones que no son, no pueden ser efímeras treguas entre página y página de El libro negro?)
El olvido también erige andamios subterráneos, teje su tela de esperas, entretiene a las sombras, labra un friso de jeroglíficos en la meta ubicua. Vivimos con un pie en el olvido, como en el suicidio, como en el retorno o retoño de lo “idéntico”.
También el olvido es caprichoso y selectivo. El mar arrasa acantilados pero deja intacta la huella del cangrejo en la arena. El cangrejo viene del futuro hacia el pasado.