Orhan Pamuk: El Libro Negro (X)


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Pamuk, un cinéfilo de entraña, se burla, a su manera, de aquellos turcos que, resistiendo en su “propia” identidad, ven en el cine extranjero una conspiración contra la cultura turca y sus tradiciones (¿y qué hay de la aculturación a escala mundial, uno de cuyos tentáculos más tentadores es el cine – basura de exportación?)

Crisis colectiva de identidad o de mismidad, y también, como “complemento”, crisis de otredad…

René Leiva


Si dejo de ser yo mismo, alguien, algo debe ocupar el lugar de mi yo perdido.
En tanto sigue desaparecido, a Celal le editan en el Milliyet artículos ya publicados, que no pierden vigencia porque son algo así como la voz, otra, de una contradictoria conciencia colectiva o el espejo donde es necesario ver las maravillas (semi) ocultas del país; porque no escarban en la gusanera política del momento, porque van más allá del pellejo elástico, impermeable y camaleónico de lo circunstancial – accidenta – incidental.
Como si llenara un crucigrama o interpretara el mapita del escarabajo de oro, Galip pone marcas y anotaciones a los artículos de Celal, que cree contienen códigos ocultos que le darán los hitos de su destino inmediato (y no está equivocado, del todo).
La visita indagatoria con apariencia aleatoria de Galip a casa del primer marido de Rüya muestra, entre otras cosas, que la crítica fundamentada hacia absurdas costumbres recién adquiridas por la masa, sobre todo a través del cine, no necesariamente es una vacuna ni inmuniza contra la adquisición más o menos voluntaria de esas alienantes costumbres occidentales que homogeneizan al mundo y socavan las diferencias culturales esenciales -en el entendido de que identidad y mismidad no son aislamiento ni autosuficiencia en esta era del ser humano enredado en sus propios hilos cibernéticos y de los otros.
En el capítulo Perdimos la memoria en el cine, el ex marido de Rüya, que no tiene nombre ni falta le hace, a partir de una alusión sobre cine extranjero y cuánto puede alienar a una sociedad, demuestra que no ha perdido la memoria sino todo lo contrario, pero para conservar esa memoria y sus signos exteriores, debe mantener un ritual de costumbres en un escenario doméstico producido en serie: su propia casa y familia. Pero queda la sensación de que ese modesto Santuario, del que Galip quiso huir casi desde el primer momento en que llegó, no es el mejor para el cultivo de la memoria turca, que por otro lado está en todas partes. (Pamuk no lo dice, pero por eso mismo pareciera que es Celal quien también escribe las peripecias de Galip, mas no en el diario sino a través del libro negro, éste. Una simpleza.)