Orhan Pamuk: El libro negro (LXIV)


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“Siempre soñé con contar otras cosas (…) con hablar de hombres armados a caballo, de ejércitos de hace trescientos años que se preparan para lanzarse uno contra otro a ambos extremos de un valle oscuro en una mañana brumosa.”

Celal Bey, Celal Salik o Celal Efendi, controvertido columnista del diario Milliyet, el más leído, admirado, amadodiado, el de variado y colorido numen, escritor de inactuales e intemporales asuntos, materias, asignaturas, tramas, argumentos, crónicas, anécdotas, relatos, adivinaciones, amalgamas de misterios, leyendas inéditas, diagnósticos de sueños colectivos, ensamblajes de cismas y herejías desde cualquier diván onírico…

René Leiva


Celal, plagado de excentricidades de temperamento y carácter, en su vida personal, familiar y periodística, sí, pero por eso mismo nunca podría haber sido un alacrán dentro de la camisa del Milliyet, todo lo contrario, ni un talentoso y consuetudinario inventor del agua azucarada (para diabéticos), ni un cotidiano descubridor del Mediterráneo para pasmo de Allah, Jehová, Proteo y el propio Zeus Tronante, ni, Ajá, el oficioso turiferario de la plutocracia – chafarocracia al uso.

Si la escritura enigmática y subversiva prosa de Celal se hubiera enajenado por el trato alienante con los cotidianos y casi rutinarios casos y lances de la gusanera política y empresarial de la clase dominante, no existiría El libro negro, claro está, ni el propio Celal, ni Rüya, ni Galip…

Celal no era, no podía ser, el servicial columnista mercenario, atado sentimental, ¿oneroso?, al establishment; el arribista amanuense del poder económico transnacional, del conservadurismo oligárquico y reaccionario; el repetidor dogmático de fórmulas de sojuzgamiento y de sometimiento para con el pueblo raso dictadas por el predominio sórdido y cicatero; el copista complaciente con el entreguismo y la venta de la patria al mejor o peor postor, con el vil sistema de privilegios seculares para los pocos/discriminaciones y desventajas institucionalizadas para los muchos…

No tenía Celal alma lacayuna, pluma servil, talento arribista, ingenio acomodaticio para con los dueños tradicionales de la situación… Ni tenía la astucia del escorpión para, con no poca soberbia sofística, eso sí, operar entre la camisa y el fértil torso del diario Milliyet… No.

El columnista cuyos artículos no eran, oh ficción, flor de un día (u horas); no eran, a la postre, soliloquios o monólogos (como dijera de sí, desencantado, un Mariano José de Larra hace dos siglos); ni eran reflejos “editados” de Narciso que contempla en su estanque la imagen de un sediento de reconocimiento público. Empero, en la cripta de su corazón, o alma (alma y corazón tenía), y aun en la capa exterior de su piel, aunque no excesivamente humano, Celal sabíase con una autoridad intelectual poco común, mucho más allá de lo periodístico, que al final le costó la vida… Ajá.

Una vida de película en blanco y negro con todos los matices y ecos del gris. Luz y sombra en dosis simétricas, pero con eje, centro o mitades desconocidos.