Orhan Pamuk: El Libro Negro (LXII)


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“Y sé, tanto como sé lo mucho que te gustan los mensajes cifrados, los juegos de palabras y las escrituras secretas, qué disfraces usas para mezclarte entre nosotros a medianoche con la intención de recrear el secreto perdido.”

Por último, pero no el fin, ¿cabe comparar, en ciertos casos, la identidad con un traje más o menos a la medida, fabricado en serie, desechable e intercambiable, o constituye la propia piel, el cuero, el pellejo trabajado por la individualidad pero no por el individualismo?

René Leiva


¿Es la identidad un atavío, atávico, tejido a mano, por muchas manos, con no pocos agujeros e hilos sueltos cual cordones umbilicales cercenados de la madeja y el ovillo originales, que se funde y confunde con la piel tejida por la biología? ¿Es la identidad, entonces, un bordado de caprichoso diseño, en vistoso relieve, cosido en el tejido vivo de esa piel que es abigarrada policromía debajo de cualquier epidermis de apariencia monocroma…?

Y como nada humano es ajeno a nadie, ¿adoptar la hiperbólica pose cosmopolita de “ciudadano de la Vía Láctea”, o ciudadano de una aldea global confeccionada a manera de condominio de uniforme diseño donde ya ni la comunicación consigo mismo es posible?

Mientras cuanto hombre y mujer existen se disfrazan de sí mismos todos los días de su vida, al punto de (casi) nunca diferenciar entre ellos y el ajustado disfraz porque llegan a ser (casi) uno y lo mismo, unos pocos locos (Celal entre ellos) escogen disfraces de diversos personajes históricos, o los disfraces los escogen a ellos, para, así, recuperar entre los demás una identidad colectiva cada vez más desdibujada, rescatar un misterio erosionado por la luz ciega y estéril de la insidiosa “modernidad” (palabra ajena al libro) originada en laboratorios, universidades, grandes corporaciones… de “Occidente”…

No hay mejor manera de descifrar e interpretar un misterio que cerrar bien la puerta tras cruzar su umbroso umbral sin más compañía que una templada ansia; advertir que cualquier espejo dentro del secreto es eso, especulación, y cualquier reflexión su reflejo. Dejar en su lugar (de caprichosas oquedades) las llaves encontradas de los dispersos significados…

Conviene desentrañar el misterio dejándolo intacto o, mejor, incrementándolo al enterrar en su propio suelo las claves reveladas…, porque si no mueren no dan fruto…

¿Es la identidad una herencia irrenunciable? El Príncipe Heredero Osman Celalettin Efendi termina por desheredarse al cabo de una eliminación depurativa de todo aquello que no era él mismo… hasta desembocar en la nada primigenia, o en un estado que se le parece… Ser o llegar a ser por sustracción… Cuando el autodespojo es tal que el espejo nada refleja.

Una suerte de ascesis ontológica… A la que todo humano accede gracias a la muerte… No importa quien haya sido o creído ser… Renunciante absoluto, el Príncipe Heredero termina por heredar los despojos de sí mismo. “Los medas, los pafkionios, los celtas (…) los escitas, los kalmukos, los misios (…) desaparecieron porque no pudieron ser ellos mismos.”