Orhan Pamuk: El Libro Negro (LVII)


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“Cuando el jardín de la memoria comienza a secarse (…), uno tiembla con amor por los últimos árboles y rosales que le quedan. Los riego y los acaricio de la mañana a la noche para que no se sequen: ¡recuerdo, recuerdo que no quiero olvidar!”

René Leiva


Es la palabra, no, el nombre, los nombres, la escritura, la escritura pensada, hablada, impresa, el acto de escribir, el acto de buscar en el “jardín de la memoria”, de re-vivir lo que no se tuvo el tiempo de vivir, lo que pasó desapercibido, esos signos ocultos de tan evidentes, de recordar las sombras y los ecos, de ver en la profundidad del espejo, más allá de la piel lisa o rugosa de las cosas, de cada cosa que siempre es otra cosa…

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¿Es necesario señalar que el comienzo de una historia no está, nunca ha estado en la primera palabra, cualquiera que esta sea, así fuese “Rüya”, como es el caso?
¿Es necesario repetir que el fin de un relato no está, nunca ha estado en la última palabra, cualquiera que esta sea, así fuese “consuelo”, como es el caso?
¿Cómo detener el riguroso decurso de los renglones postreros para evitar el encuentro con dos tercios de página en blanco, y luego un colofón de imprenta como inscripción mortuoria para no equivocar el camino del olvido? No hay “un” fin. Puede haber multitud de finales contradictorios que discuten la posesión absoluta del vacío… Un vacío que debe colmarse con o en el retorno eterno… ¿Por qué somos tan complicados?

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En clave o tiempo potencial o condicional simple (pospretérito), de acciones futuras relacionadas con el pasado del que se parte, magia más de la escritura, de las letras o palabras que del deseo o del pensamiento (¿un desiderátum poético a posteriori?) Galip enumera, para un futuro figurado, cuando él y Rüya tuviesen setenta y tres años (¿de edad, cada uno?) una aventura de morosa delectación (perdón, Leopoldo Lugones, no invitaste a tu suicidio), “un día de invierno”… en el que serían, estarían, harían, podrían… Otra vez, la nostalgia de lo imposible al alcance de la mano… El deseado repaso venidero de lo cotidiano…
“Discutiríamos porque tendríamos setenta y tres años, y porque sabríamos, como le ocurre a toda la gente como nosotros, que los setenta y tres años de nuestra vida habían transcurrido en vano.” En fin, desiderátum del vacío, desiderátum de la resignación, desiderátum de la rutinaria repetición de vacuidades…

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¿Por qué no? La lectura de un libro puede detenerse atrás de una (no “la”) última página, que puede ser cualquier página; en un renglón o párrafo a capricho… para así retardar el orgasmo, perdón, un convencional final que se desea evitar porque no hay un después… Libros hay que demoran una eternidad detenidos en cualquier página cómplice, cómplice tal vez de un viento congelado… Y esa vacua complicidad se lee como un himno izado a mediana altura de, por ejemplo, la página 37: “Cuando el jardín de la memoria…”