Orhan Pamuk: El libro negro (LV)


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“(…) Río que fluye de abajo arriba: Alfabeto; monte que no existe en el valle de las letras: kaf; palabra mágica: Escucha; teatro de la mente: Sueño (…)”

Persistente proeza, rutinaria y cotidiana, nunca del todo y mejor si incomprendida, instintiva y maquinal, pero ya constitutiva y programática del cerebro para (tratar de) organizar el caos que lo circunda y ciertamente lo nutre, caótica ordenación sin la cual razón e imaginación serían las del pez o el musgo – – supondríase.

René Leiva


Los secretos trucos de un elaborado acto de magia, ilusionismo o prestidigitación, una vez revelados, en nada se parecen o no deberían semejarse a los desconocidos detalles de una novela de misterio e incluso policiaca. ¿O sí?

Si se conservan y cultivan en macetillas de sombra ciertas formas de conveniencia social y de corrección familiar, extrañaría la elusión o escamoteo de muestras selectas de dolor y nostalgia por parte de Galip ante la desaparición, ahora sí definitiva, de Rüya. Aunque a lo largo del libro (negro) pueden leerse páginas premonitoras de sobresaliente tristeza y nostalgia conexas…
¿Se ha de echar en cara, recriminar, reprochar al buen Galip, al cabo de su odisea sentimental o intelectual, odisea a través de la historia, la literatura y las estructuras sociales, que no derrame abundantes lágrimas ni entre en minucias ni se entretenga en detalles de mortuoria reminiscencia? Por lo demás, la muerte, sea o no violenta, suele estar rodeada de moscas parafernálicas que vuelan de lo patético a lo esperpéntico, de lo metafísico a lo patafísico, de lo coprofágico a lo palingenésico, de la urna marmórea al espantapájaros viudo de pájaros…

Galip, excluido de buena parte de la vida de Rüya y Celal –esos hermanastros primos suyos, ella su esposa–, pero sobre todo omitido de su muerte, de los motivos dispersos pero compartidos para evadirse sin explicaciones ni rastros explícitos. ¡Cuánto se está de más en la vida y la existencia de los demás!

Durante mucho tiempo, en el castillo o “fortaleza” del Servicio de Inteligencia de Estambul, Galip es sometido a identificar potenciales asesinos de Celal mediante cientos de fotografías de supuestos sospechosos, labor inútil que le recuerda su furtiva lectura de caras en el propio archivo del periodista. Pero, ¿cómo identificar el rostro de quien sólo se conoce su voz a través del teléfono? Y por otra parte, dado lo complejo y heterodoxo, variado y esparcido que era Celal en su escritura, cualquiera y por múltiples motivos claros o difusos pudo haberlo asesinado si el crimen hubiese expiado o reprimido algo…

“(…) El periodista muerto sólo escribía bobadas que lo obsesionaban ajenas a la política, con un estilo pasado de moda, tan prolijo y con una forma tan enrevesada que no había quien lo leyera.”