“Dame tu dirección y te llevaré Mnemonics, el último fármaco europeo que abre con toda facilidad los vasos cerebrales obstruidos por la nicotina y los malos recuerdos y en un instante devuelve a nuestra vida cotidiana el paraíso perdido.”
La imaginación, carril y lazarillo de la memoria. Preferible una gran imaginación que una buena memoria, aunque esta nada es sin aquella. A falta de memoria fiel, imaginación aleve, tramposa, incrédula, un tanto libertina. Las goteras de la memoria tapadas con cera del panal de la imaginación mientras no llueva o para que llueva… Y Celal previó que se le secaría el “jardín de la memoria”, aunque no podía prever que después de muerto, mediante la devoción de Galip, su imaginación continuaría activa a pesar de su involuntaria amnesia… Galip heredó la imaginación de Celal, sin este imaginarlo, y sólo parte de la memoria del columnista, lo cual bastó para la redacción de supuestos artículos engavetados en calidad de inéditos…
Antes, ¿cuánto tiempo?, del asesinato de Celal, alguna tarde, Galip había discutido con el periodista “todo lo que se necesitaba para crear un ‘Falso Celal’ que pudiera escribir las columnas en su lugar”. Aparte de la sonrisa de Rüya “con su eterna mirada, entre adormilada y benevolente”, el párrafo, referente a falsedades e imposturas históricas turcas, no indica nada más sobre aquella discusión, cuáles serían esas supuestas condiciones para que un Celal impostor lo suplantase.
Abierto al azar, ¿existe el azar?, aquí y allá, en cualquier página puede encontrarse, por supuesto que sin buscarlos, diferentes signos, inesperados mojones, otras claves, nuevas pistas (nuevas para el lector desviado del primer camino sugerido), disimulados puentecillos… Eso que podría llamarse organicidad o estructuración, poco apreciable a primer vistazo porque entonces la mirada se desliza por el engañoso sonido del primer significado de las palabras.
(Para redondear el enigma, con maestría, Pamuk obliga a buscar, mejor si de la mano del azar, los otros significados tanto de las palabras –así sea traducción directa del turco– como de las historias, que no siempre son lo mismo, no siempre…)
En el quinto párrafo del primer capítulo aparece un solitario “yo” narrador perteneciente a Galip que es quien recuerda, de pasada, esa última mañana, viendo a su esposa todavía dormida, la primera vez que miró a Rüya, ambos niños de seis años, y a los abuelos, los padres, los tíos, el viejo edificio Sehrikalp (“La oscuridad de edificio”), un “yo” narrador que desaparece para reaparecer mucho más tarde, ya sin tapujos, cuando “Resulta que yo era su héroe” y cuando “El cuento entró en el espejo”, porque lo importante es el cuento, no el cuentista. Pues el lema abarcador, ubicuo, implícito de El libro negro es que “nada puede ser tan sorprendente como la vida, excepto la escritura”. La escritura, en abstracto; no toda escritura, por supuesto.