Orhan Pamuk: El libro Negro (LIV)


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“Nunca he podido convencerte de por qué yo creía en un mundo sin héroes (…) Nunca he podido convencerte de que tenías que conformarte con una vida vulgar. Nunca he podido convencerte de que en esa vida vulgar también debería haber sitio para mí.”

René Leiva


Enterado de que Rüya también ha muerto, cuyo cadáver es encontrado en la tienda de Aladino la mañana siguiente de la noche de los asesinatos “durmiendo entre las muñecas”, Galip interrumpe a lo largo de una página “su” libro para llamar la atención del lector (“Lector, eh, lector…”) acerca de su intento inicial de separar “al narrador del protagonista y los artículos de periódico de las páginas donde se desarrolla la acción…”

Ajá, supónese que es Galip quien escribe este libro: “… Si yo fuera un escritor experto y hábil en lugar del columnista advenedizo que soy…”; “…el color del negro sueño en el que me embarqué…” “Ved las páginas que siguen como páginas negras, como recuerdos de un sonámbulo.” ¿O sea que Galip devino mejor escritor (?) que el propio Celal; el novelista superó al simple columnista? Ah, socarrón Pamuk…

¿Cómo logró Galip, joven lector de su admirado Celal, vertebrar diversas claves de escritura y así lograr una estructura narrativa cohesionada? ¿Es la ineludible inclusión de los artículos de Celal un “homenaje” al columnista, su primo mayor y cuñado, pero sin los cuales, por supuesto, El libro negro no sería, no existiría, carecería de huesos, nervios, piel…?

(Celal, sin ser un “analista” y solucionista de reacción inmediata y casi simultánea a cuanto acontece en los ámbitos sociales, económicos, políticos, jurídicos…, sino todo lo contrario, tampoco tenía pasta de novelista, aunque sus columnas podían ser semillas, y de hecho lo fueron, para todo un bosque de variada flora. Y fauna. Sobre todo fauna.)

A lo largo de todo el libro Rüya es La Referencia, una alusión sincopada, un recuerdo “como una enfermedad incurable”, el sujeto y objeto de búsqueda, un cuasi fantasma, un nombre evocador, una ausencia ubicua, un apartamento abandonado, una playa donde el mar es un presentimiento, ¿Una elaborada alegoría “policiaca” no didáctica ni moralizante de Turquía?, una latencia distensa…

Pero sí, Galip sueña con Rüya y las muñecas de la tienda de Aladino, y no es por “extrañas razones” que no puede ir con ella sino que sólo podía contemplarla de lejos, “entre lágrimas”, “las luces del escaparate… que se reflejaban en la acera nevada”.

(Entre eslabones de oro y nervio, una duda de lo más trivial y libre de cualquier sospecha: ¿Por qué el cerrajero que abrió “la cansada cerradura de la puerta” del piso que poseía Celal en una de las calles traseras de Nisantasi era jorobado? ¿Era necesario, en esta historia, que dicho cerrajero tuviera joroba? ¿Por qué no un cerrajero con la espalda derecha? ¿Pretende acaso el autor, por medio de una joroba, distraer la cansada atención del lector hacia meras trivialidades anatómicas en un personaje de fracción de segundo?)