Orhan Pamuk: El libro negro (LIII)


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“Vosotros que leéis estáis aún entre los vivos pero yo, que escribo esto, hará mucho que me habré ido a la región de las sombras.” Sombra, parábola, Edgar Allan Poe.

El idóneo epígrafe debido al poeta de Boston, que Galip pudo haber encontrado en un manuscrito dentro de una botella tirada al Bósforo, encabeza el ¿último? Capítulo –“Pero yo, que escribo esto”– y, más acá de una poética vida de ultratumba, será el hilo contrapuntístico de voces narrativas no del todo diferenciadas… Lo sabido: el novelista en la piel de “sus” personajes, a pesar de memorables pasajes que parecen escritos y fluir “por sí mismos”…

René Leiva


Es posible que justo en el momento que Galip relata la (dulce) muerte del príncipe heredero en su encuentro con (la) nada, Celal sea asesinado por su lector fanático, aunque ambos hechos en tiempos y lugares distintos de la misma ciudad, pero coincidentes por el arte de contar historias contenidas en un solo libro, porque una muerte puede continuar en otra, ser la misma muerte en diferentes circunstancias y personajes ensamblados por la “simple” atracción de los vacíos…

La muerte, anunciada, de Celal, su asesinato advertido a y por Galip… ¿Y quién, a fin de cuentas, es el que escribe esto, este capítulo? ¿A quién pertenece ese yo que escribe?

¿Galip, devenido en el Celal ausente, muerto antes de morir, sentenciado, en vida, a ser usurpado no solo su nombre sino también sus letras, su rostro (o cara) ante los periodistas ingleses, su voz por teléfono “engañando” a Mehmet, su cuerpo dormido en la cama del periodista, su memoria en los fragmentados recuerdos de Galip?

En algún momento Galip, allí cercano entre las sombras, es el cadáver de Celal tirado en la calle y cubierto con hojas de periódico impreso, e incluso siente frío, pero no precisamente el frío de la noche… ¿Por qué Galip se portó como un extraño, como un mirón más entre la multitud ante el cadáver de Celal…?

Desaparecido (también) Celal, Galip toma u ocupa su lugar, y, a la vez, niega ante los otros la ausencia de Rüya… Dos formas, en una, de no aceptación de la realidad, de soldar el rompimiento de las cadenas de la rutina, esa denigrada rutina que cuando se rompe sin el consentimiento se siente la pérdida del rumbo, del camino abierto que siempre lleva a alguna o a ninguna parte…

Con sus invenciones para consumo doméstico, para resguardo de las apariencias, Galip vive y hace vivir, de lejos, una historia paralela, ajustada a la rutina, a cuantos en esos siete días se le atraviesan o aluden a una Rüya y un Celal ausentes… Pero, al cabo, “sintió la desesperación de alguien que es incapaz de escapar de sus sueños y de convencer a nadie que lo acompañe en ellos…”