“El Príncipe le contaba las historias de reinos que se habían derrumbado por no poder ser ellos mismos, de naciones que habían desaparecido porque habían imitado a otras naciones, de pueblos de lejanas y desconocidas tierras que habían sido olvidados porque no habían sabido vivir su propia vida.”
En la soledad del pabellón de caza –conforme a la historia relatada por Galip–, con la sola compañía de su secretario, el Príncipe heredero, para algún día saber y poder gobernar, pretende vaciarse de todo aquello que no es él… Él mismo… Una suerte de épica de la inmanencia, a su vez despojada de cualquier parafernalia filosófica… Vaciar su memoria, su influenciada – condicionada imaginación, su educación sentimental, su personal archivo ideológico, su herencia cultural, sus caminos de aprendizaje, su equipaje histórico…
Pero en tan ciertamente metafísico derrotero el príncipe arriba a un confín en que ya no solo los libros y sus historias le impiden ser él mismo; también desecha y “pelea” con cuantos objetos y cosas “que lo rodeaban y que lo cortaban tanto como los libros”. Pretende, entonces, abolir recuerdos y referencias que le distraigan de “la cuestión más importante de la vida”.
Mientras Turquía y en especial Estambul se occidentalizaba, a su vez se da la discreta islamización de los productos culturales y subculturales llegados vía globalización de “Occidente”. Una falsificación de doble filo, ya que Pamuk apenas alude al importantísimo coste económico e histórico – sólo el político y el Kultural …
Pamuk se mofa de cierta mística genuina, no impostora ni comercial, que busca en las potenciales idoneidades del yo plural, en la inmanencia colectiva labrada durante milenios, el encuentro con la verdad y la paz interior (y exterior).
Verdad y paz (con trabajo y justicia, se entiende) vueltas, mercancía y negociadas por “Occidente”. Entonces, mejor morir, desaparecer, extinguirse… que ser prostituido por el mercado kultural que incluso ha hecho mercancía de dios (o Dios, con mayúscula) y de cualquier misticismo y trascendencia para aquí o para allá…
Implícita la impuesta disyuntiva entre la tradición de Oriente – añosa, vacilante, espejísmica, socavada por un cierto complejo de inferioridad insuflado… – y la “ofensiva” kultural, económica, geopolítica, científica – tecnológica de un “Occidente” imperialista y transnacional, corporativo y monetizado, que coopta, soborna, coarta, escamotea, complota, extorsiona, aliena, robotiza… (Un “Occidente” que te extrae todo lo tuyo – por decadente, anacrónico, caduco u obsoleto – y una vez vaciado tu molde lo rellena de una mixtura cerebral de laboratorio transgénico, sin fecha de caducidad…)
Y lo implícito escrito da margen a interpretaciones de lectura subjetiva, como debe ser, entre líneas, sólo trasferible con otras palabras y significados, sobre todo si el lector se ha visto en otros espejos y arrastrado su propio camino. Porque el semioccidentalizado Pamuk, dómine y conferenciante en universidades estadounidenses, admira a Lewis Carroll y a Dostoievsky, pero Sherezade es su “maestra y santa patrona”.