Orhan Pamuk: El libro negro (Kara Kitap) (LXI)


rene-leiva-pixeleada

“Cuando escribiste que en las bodas campesinas en las que las mujeres bailan con mujeres y los hombres con hombres sentías de repente que no podías respirar, yo te comprendí.”

Con no poca anfibología, ambivalencia y compasiva socarronería, desde luego sin teorizar ni tomar partido por ninguna tendencia porque no es propio de un narrador más bien afanado en los asuntos coyunturales que provocan construir una enigmática historia

René Leiva


Pamuk aborda con convenientes y convincentes rasgos novelescos, aunque no demasiado ficticios, el intrincado, nebuloso, cada vez menos preciso y definido, siempre discutible… “tema” de la identidad (en El libro negro nunca aparece esa palabra), el ser uno mismo, la memoria colectiva, todo eso que distingue, identifica a un pueblo de otro, su idiosincrasia (otro concepto ajeno al texto)…

El primigenio sentido del nosotros y de lo nuestro, esa pertenencia igualitaria a la pluralidad y esa posesión en común de cuanto integra la vida en sociedad y organiza la existencia compartida – sin que esto signifique, por supuesto, una sinfónica combinación de los elementos heterogéneos que incuba cualquier grupo humano demasiado humano…

Si la identidad no es un fruto biológico, ni fisiológico, ni zoológico y ni siquiera evolutivo, entonces ¿por qué los ademanes, muecas y tics antropomorfos brotados de la tierra, la cosmovisión emanada del clima, las costumbres y hábitos surgidos de la geografía, las ideologías antropofágicas nacidas de la biodiversidad…?

Uno de los miles de maniquíes del maestro artesano Bedii que, una vez descuartizado por un desengañado tendero, dejó de ser turco y sus extremidades, ya sin “identidad”, se utilizaron para exhibir “paraguas, guantes, botas y zapatos”… La identidad no como una unidad sino a manera de un conjunto de añadidos no precisamente postizos, un “modelo para armar” que sólo funciona en conjunción y conjugación de sus partes.

La identidad, reducida a términos paleográficos, puede ser leída y descifrada como un palimpsesto vivo, sin principio ni fin.

¿Se puede desertar de la identidad? ¿Cabe hablarse, en algunos casos, de apostasía étnica, de transfuguismo cultural? ¿Hay identidades “puras”, primigenias, sin aditivos, con su cafeína y su lactosa intactas? ¿Acaso las grandes (y pequeñas) civilizaciones no son mestizajes, hibridaciones “a presión”, cruzamientos al azar, heterogeneidades en conocimientos y modos de vida…?

La ¿no deliberada? construcción horizontal de peculiaridades culturales que ante criterios ajenos puede parecer pintoresca, exótica o peregrina, aun cuando la identidad suele estar incrustada de otredades, el espejo múltiple… ¿Y es tan frágil la identidad, cualquier identidad, ante la potencial amenaza de la homogeneización cultural – con sus secuelas económicas, políticas y sociales – que tanto conviene a los imperialismos?