Orden


Para poner orden en el paí­s, hay que ordenar los departamentos. Para poner orden en los departamentos, hay que ordenar los municipios. Para poner orden en los municipios, hay que ordenar los pueblos y las ciudades. Para poner orden en los pueblos y las ciudades, hay que ordenar las familias. Para poner orden en las familias, hay que ordenarse así­ mismo.

Mariano Rayo
Diputado Unionista

Lo anterior me viene a la mente al observar y analizar nuestro paí­s, nuestros departamentos, nuestros municipios, nuestros pueblos y ciudades, nuestras familias y a cada uno de nosotros. La regla general que se ha impuesto es la del caos, el desorden y la indisciplina, pero una gran mayorí­a silenciosa ya no la acepta más. Hoy se exige orden y orden tiene que restituirse en el paí­s. Diez años de oscurantismo nos llama a restablecer el orden.

Orden es un principio de vida, que nos permitirá asumir los compromisos con la sociedad en materia de paz y seguridad, modernización e institucionalización del Estado, lucha contra la pobreza y la ignorancia y sin atadura alguna con privilegios ni privilegiados. Orden es un imperativo, porque ninguno quiere destruir la patria ni destruirse a sí­ mismo. Orden es una exigencia, porque sabemos que sólo en él se puede cultivar la libertad.

El principio del orden no es dogmático, lo que ofrece es un valor coherente y lógico sobre la vida, acerca del cosmos, sobre Dios, sobre el hombre y la sociedad y en relación con la función polí­tica.

El orden es la conveniente disposición de las cosas para alcanzar su fin, por eso la sociedad tiene que estar ordenada para alcanzar su fin que es el bien común. El orden se antepone a la anarquí­a y el caos y es la base de la estabilidad social, la cual se establece como condición de la paz y el progreso de la sociedad. Existe un orden natural al cual el hombre ha de procurar acercarse. Nada que más incomode al juicio de la mayorí­a que una comunidad anarquizada, caótica, indisciplinada y desorientada.

Propiciar el orden no debe llevar a confundir la autoridad con la violencia. A quienes propugnamos por restablecer el orden en el paí­s, se nos ha endilgado ser violentos y autoritarios, lo cual constituye una distorsión de la verdad. Somos partidarios de la autoridad fuerte, pero no del uso abusivo del poder y mucho menos de la violencia injustificada. Porque amamos la paz buscamos el orden; porque rechazamos a la violencia injustificada creemos en la justicia y en el imperio de la ley. La paz es posible cuando reina el orden, la ley y la autoridad.

Sin orden no hay obediencia a las leyes, y sin obediencia a las leyes no hay libertad, porque la verdadera libertad consiste en ser súbdito de la ley. El orden nos obliga a una autoridad fuerte, al cumplimiento estricto de las normas y los deberes, a lo espiritual. La demanda por orden nos exige la observancia de los preceptos morales universales, a la estabilidad y a la tradición.

Un tema fundamental para la restauración del orden en Guatemala es el cumplimiento de los deberes de todos y de cada uno. Dijo Jefferson: «Mi derecho a batir mi brazo llega hasta la punta de la nariz de mi vecino». Es decir, los derechos individuales terminan donde comienzan los derechos del prójimo; no hay pues derechos absolutos, ilimitados. Restituir el orden en el paí­s, busca el justo equilibrio entre deberes y derechos, entre obligaciones y prerrogativas, teniendo en cuenta el concepto de libertad.

La restauración del orden en el paí­s y su defensa se enmarca dentro de una concepción de vida que protege unos valores que consideramos indispensables para la paz social, la continua evolución de la nación y la realización del individuo como persona. De los valores que hablamos son los más importantes los siguientes: 1. La libertad y los derechos fundamentales. 2. La estabilidad, el orden y la autoridad. 3. La equidad social y la solidaridad. 4. El desarrollo y el crecimiento de la economí­a. 5. La virtud personal.