Debido a una operación en la rodilla derecha que me mantuvo algunos días fuera de circulación porque el cirujano, doctor Guillermo Claverie, me insistió mucho en que los cuidados de los primeros días eran decisivos para el curso de la recuperación, me tuve que quedar en mi casa trabajando y pensé que me caería bien el tiempo para leer algunos buenos libros y sin duda el que más me interesó fue «Outliers», de Malcom Galdwell, quien elaboró una especie de peculiar tratado sobre el éxito. Juan Fernando, mi hijo, es admirador del autor y ha devorado su obra y en Navidad me regaló este libro que es en verdad interesante y apasionante.
ocmarroq@lahora.com.gt
Pero lejos estaba yo de imaginar dónde iba a encontrar la mejor oportunidad para aprender algo importante, puesto que uno piensa siempre que las grandes lecciones las proporcionan ese tipo de expertos y estudiosos que se toman el tiempo para imaginar, pensar, observar y explicar su percepción en forma amena e interesante. Pero en estos días tuve la oportunidad de ver la forma en que trabaja Fabio, el jardinero que desde hace casi treinta años viene a nuestra casa y que ha ido enseñando a su sobrino, Victorino, el quehacer. Victorino trabaja ya con nosotros de planta y es un muchacho de 20 años que siempre cumple con su trabajo en forma por demás eficiente, pero no cabe la menor duda que su mentor es ese tío que no pudo ir a la escuela, pero que tiene una sabiduría y un sentido común que no es, en absoluto, algo común. Ya sabía yo de la capacidad de Fabio porque aun sin verlo trabajar, veía siempre el excelente resultado de su esmero, pero verlo en acción y, sobre todo, escucharlo cuando daba sus consejos al sobrino que ya es un hombre hecho y derecho, pero que sigue nutriéndose de la rica experiencia de ese Fabio que mientras está trabajando habla y habla, pero siempre con un profundo sentido y ofreciendo valiosas enseñanzas. Y pensé en estos días cuánta gente tenemos en nuestro pueblo que, como Fabio, se dedica a trasladar sus experiencias a sus descendientes con gran dedicación y esmero para mantener esa extraordinaria calidad del trabajador guatemalteco que es tan apreciado fuera de nuestras fronteras. Porque he de decir que en muchos lugares de Estados Unidos he escuchado del respeto y aprecio que le tienen a los chapines que trabajan por allá en menesteres que van de la construcción a la jardinería, pasando por el servicio en restaurantes y hoteles. Piensa uno lo que sería nuestro país si a toda esa gente que tiene tantas habilidades, naturales, les hubiéramos proporcionado la oportunidad de desarrollar sus talentos mediante una educación formal que les abriera ventanas para proyectarse de otra manera al mundo. Me consta que Fabio ha sabido formar como hombres de bien y como grandes trabajadores a sus sobrinos, ya que no ha tenido la suerte de tener hijos, pero estoy seguro que con su vocación y su capacidad, hubiera sido un extraordinario maestro por esa inclinación suya a compartir sus conocimientos y a hacerlo siempre con alegría, con entusiasmo, asumiendo su trabajo como una enorme responsabilidad que encara con alegría día a día, pese a sus limitaciones. En «Outliers» aprendí muchos detalles sobre cómo lograr el éxito, pero viendo trabajar a Fabio junto a su sobrino, aprendí todo lo que desperdiciamos como país simplemente por negarle oportunidades a nuestra gente.