La inequidad en la distribución de la riqueza sigue siendo uno de los problemas más agudos de los países latinoamericanos y del Tercer Mundo en general, de tal manera que los mayores incrementos porcentuales de personas padeciendo hambre el año anterior, en comparación a 2008, se registró en América Latina y el Caribe en un 13 %, en cuyos países 11 millones de personas viven en extrema pobreza, subsistiendo con alrededor de lo equivalente a dos dólares diarios, o sea Q16 aproximadamente, según el tipo de cambio.
En lo que respecta a Guatemala, que es uno de los países más pobres del continente americano, la mitad de la población, es decir, 6.5 millones de personas viven en situación de pobreza, pero el 17 % se encuentra en la indigencia, porque ninguno de los gobiernos que se han sucedido desde hace 56 años se ha atrevido a realizar profundos cambios en la estructura económica, y ni siquiera se han propuesto introducir reformas al régimen impositivo, y de ahí que menos de un tercio de la recaudación fiscal corresponde a impuestos directos, y dos tercios a los indirectos, entre los que sobresale el IVA.
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De acuerdo con un informe del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), divulgado en Roma por la periodista Sabina Zaccaro de la agencia de noticias IPS, la producción de alimentos deberá incrementarse en 70 % para satisfacer las necesidades de la población mundial cuando en el año 2050 llegue a los 8 mil millones de personas, mientras tanto la pobreza sigue siendo un fenómeno predominantemente rural, a causa de la escasez de tierras para uso de las familias campesinas, y los bajos salarios.
 Sin embargo, Ed Heinemann, a cargo del equipo de investigadores del FIDA, asevera que no todo es tan sombrío porque los cambios en los mercados agrícolas están brindando nuevas oportunidades a pequeños productores de incrementar su productividad, lo que podría provocar progresos en el combate de la pobreza rural. Además, el rápido crecimiento de los centros urbanos, particularmente en las capitales de los países, así como de los ingresos de las poblaciones urbanas significa una creciente demanda por productos de mayor valor y posibilidades para los pequeños productores de acceder a mercados más remunerativos.
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Pero para impulsar ese proceso positivo, es necesario que los gobiernos, las instituciones internacionales y las naciones donantes inviertan en las zonas rurales y ayuden a mejorar su infraestructura y gobernabilidad, así como reducir sus costos de transacción. Todos estos actores -sostiene el experto- también deben ayudar a la población rural pobre a evitar y gestionar los riesgos que enfrentan, desde desastres naturales hasta inseguridad en el acceso a la tierra y gran volatilidad de los precios de los alimentos.Â
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El estudio también señala que la situación de las mujeres productoras, que son las responsables de la mayoría de los alimentos consumidos en las zonas rurales, no ha cambiado mucho desde al reporte del FIDA en 2001, puntualizando que en Guatemala, por ejemplo, las mujeres ostentan sólo el 3 % de los contratos de producción de arveja, pero contribuyen con más de un tercio del total de las tareas del campo y prácticamente todo el trabajo de procesamiento de esa planta.
(El campesino Romualdo Tishudo visita el Centro de Salud y le dice al médico: -Doctor, tengo delirio orínico. El galeno replica: -¿No será onírico? El jornalero repone: -No, doctor, sueño que me orino vestido).