La 53a edición del tradicional Baile de la Opera de Viena, la más prestigiosa de las mil fiestas vienesas, ofreció ayer en la noche a 5 mil 500 privilegiados una velada de lujo y glamour, con la actriz norteamericana Nicollette Sheridan como estrella de la noche.
Ganado o perdido, el dinero es además un tema que debe ser barrido y escondido bajo la alfombra, como lo quiere la etiqueta de la buena sociedad vienesa en semejante ocasión.
Entonces, como cada año, la champaña corrió y las sedas y encajes multicolores se agitaron tras la apertura con la ritual consigna «Alles Walzer» («Todo para los valses») y los primeros compases del «Danubio azul», de Johann Strauss hijo.
Muy esperada, la danza de apertura, «La flor de la vida», concebida por una nueva pareja de coreógrafos, fue realizada por 160 parejas de debutantes que llegaron de los cuatro puntos del mundo. Las señoritas lucían diademas y largos vestidos inmaculados.
A causa de la crisis económica, los ejecutivos y ministros se hicieron más discretos para la edición 2009 del acontecimiento mundano por excelencia de la sociedad austriaca. Varias empresas, como la siderúrgica austriaca Voestalpine o el fabricante de automóviles japonés Toyota, renunciaron a sus habituales palcos a 17.000 euros la noche.
Las incertidumbres de la nueva ley anti-corrupción habían incitado a algunos a renunciar a toda invitación y a dejar sus smokings y sus trajes de baile en los armarios.
Por el contrario, el presidente de la República, Heinz Fischer, acompañado del canciller social-demócrata Werner Fayman y del vicecanciller conservador Josef Prí¶ll, ocupaba el palco de honor para este acontecimiento que marcaba también el 140º aniversario de la Opera de Viena.
«Estamos en una buena posición frente a la crisis, entonces ¿por qué renunciar al baile?», se justificó el presidente Heinz Fischer.
Cerca de 400 policías habían sido movilizados para atajar a eventuales manifestantes, pero quizás a causa del frío las fuerzas del orden permanecieron desocupadas.
Por ser «el año Josef Haydn», el programa musical le abrió campo a numerosas obras del compositor austriaco fallecido en 1809. El Baile también rindió un homenaje a la ciudad de Linz, capital europea de la cultura 2009.
Entre cada danza, bajo las vigas doradas decoradas con 40.000 flores, los visitantes deambulaban por los pasillos en busca de los bares, del minicasino o de la discoteca, instalados por una noche en las entrañas del edificio.
La entrada costaba 230 euros. Una cerveza ocho y una copa de champaña 29, pero nada es demasiado caro «para sentirse princesa por una noche», dijo una debutante.
Para matizar los excesos y cerrar este paréntesis de lujo, los convidados al baile podían a la salida consumir en los restaurantes de los alrededores «un desayuno especial para resaca», antes de volver a la vida cotidiana de Viena, azotada por vientos gélidos.