La educación casi siempre ha estado de moda. Si exceptuamos a los antiguos presocráticos para quienes el tema central de sus cavilaciones fue la naturaleza del cosmos, el problema educativo ha sido recurrente desde los orígenes de la historia del pensamiento. Los sofistas lo atestiguaron, Platón y Aristóteles dedicaron textos enteros a este respecto y la filosofía medieval, moderna y contemporánea no han sido tampoco la excepción.
Igualmente, como en Europa, sucedió en estos pueblos antiguos americanos. No sólo se sabe de la preocupación pedagógica de los aztecas, mayas e incas por su producción literaria (la poca que ha quedado), sino también por las prácticas tradicionales que aún hoy perviven en esas culturas. El testimonio conocido todavía en nuestros días expresa que para esos pueblos no era indiferente la transmisión de conocimientos teóricos, la vivencia de valores y el interés por la práctica del saber, ellos dieron importancia al ejercicio educativo y lo desarrollaron en todos los momentos de la vida según sus posibilidades.
Con toda esta información ¿cómo un país heredero de una rica tradición podría estar al margen de una reflexión tan vital para el desarrollo de un pueblo? Imposible. Olmedo España Calderón, con este ensayo se suma a la larga tradición de pensadores americanos (y más exactamente guatemaltecos) que desde la propia experiencia hace un trabajo de sistematización para advertir, proponer y condenar las prácticas políticas que no conducen al perfeccionamiento de la persona a través de la educación.
Las 112 páginas del trabajo de España es un respiro largo por explicar no sólo cómo está «grosso modo» la educación en Guatemala, sin acudir ?por las características del trabajo- a tanto detalle estadístico ni bibliográfico, sino también hay un esfuerzo por proponer vías, sugerir alternativas e invitar a los lectores a una relectura de la problemática educativa. Digamos que es la reflexión intelectual de una problemática que aparentemente todos conocemos, pero que no todos le atinamos cómo analizarla ni resolverla. Entonces, el autor desarrolla pistas, ofrece desafíos y advierte sobre lo que podría suceder si no se toman las cosas en serio.
La lectura del autor sobre la realidad educativa guatemalteca no es pesimista, pero reconoce que hay rezagos importantes a superar. Tenemos retos, dice, que deben materializarse no sólo atendiendo los desafíos del presente siglo, sino también los que arrastramos del siglo pasado. Por tal motivo, insiste, la respuesta debe ser creativa, efectiva y urgente, so pena de condenar al país a una miseria peor a la que vivimos en la actualidad.
Olmedo España no condena a nadie de manera explícita por el atraso educativo nacional, pero deja claro que si las cosas no han funcionado se deben a cierta miopía por entender a cabalidad la importancia de la educación. El egoísmo de un sistema que predica sólo la conveniencia propia de intereses puede ser responsable también de la debacle por la que atraviesa el sistema educativo.
¿En qué se ha fallado? En muchas cosas, señala el ensayista: falta de un presupuesto adecuado, poco interés por el desarrollo intelectual y económico de los maestros, falta de estrategias inteligentes para llevar la cobertura a todo el país, repitencia en los alumnos, ausencia de infraestructura educativa? Hay un poco de todo. Pero el problema, como algunos podrían pensar no se reduce a lo económico (que es indudablemente importante), sino cerebral.
El filósofo considera que si no se ha impulsado un desarrollo eficiente y eficaz en el plano educativo no es por falta de recursos, sino por falta de visión e inteligencia que ha impedido visualizar que una educación para todos nos conviene a todos. Quienes han dirigido la nación, los políticos, han tenido carencia tales (unos por razones ideológicas, otros por deficiencias en la cabeza) que no han podido captar la importancia de la educación en el desarrollo de un pueblo.
Aquí no se inventa nada, dice España: después de los progresos realizados por el doctor Arévalo caímos en épocas de oscuridad solamente superados con los Acuerdos de Paz.
«Después de este grande y hermoso esfuerzo que se frustró en 1954, acaecen dramáticos hechos en nuestro país en el que se hunden los ciudadanos en un conflicto político-militar, desgajando la débil coherencia de un espíritu nacional. No es sino hasta los Acuerdos de Paz, que se retoma la idea de un consenso nacional en torno a la educación (?)».
¿Qué nos depara el futuro? ¿Cómo debemos afrontarlo? Con coraje, afirma el autor, con inteligencia crítica y creatividad. Si tradicionalmente la educación ha sido importante, en nuestros días lo es más. Especialmente en un mundo en donde cada año estrenamos un nuevo siglo. Los nuevos retos provenientes de la informática, el desarrollo de las comunicaciones, los mercados globalizados y la especialización cada vez más específica plantean desafíos nunca antes vistos. Así, el profesor debe ser un «súper profesor» y los estudiantes «súper estudiantes». Se necesita ponernos a nivel de los grandes, no intimidarnos y dar pasos monumentales, sin complejos. No hacerlo pone en riesgo no sólo la riqueza del país, sino también su propia humanidad.
«Habrá que aprovechar el potencial de la comunicación, organización y representación que ofrecen las tecnologías digitales para potenciar la creatividad humana, de manera que nos permita establecer entre las personas, las culturas, la información, los valores, los sentimientos y los pensamientos. Significa, como señala Seymour Papert, que cuando introducimos tecnología en educación debemos pensar en la oportunidad que nos brinda de repensar la educación».
Actualizarse en un tema tan actual como el educativo es muy importante no sólo para entender lo que sucede hoy en Guatemala, sino para profetizar su futuro. Una reflexión de esta naturaleza no sobra de ninguna manera para el enriquecimiento vital y, menos aún, si dicha meditación es propuesta por un filósofo guatemalteco.
El libro es publicado por la editorial í“scar de León Palacios.