¡Oh! ¡Qué espectáculo!


Exclamaciones de asombro y emoción lanzaban residentes de Pekí­n que se apiñaban fascinados en los ventanales de bares repletos de bote en bote para ver por TV la fiesta de apertura de los Juegos Olí­mpicos.


Los ¡Oh! y los ¡Ah! eran proferidos por gente, en su mayorí­a jóven, que contemplaban las imágenes como hipnotizados, mientras reí­an e incluso les tomaban fotografí­as a las pantallas, algunas de ellas gran tamaño.

«El espectáculo muestra la naturaleza, el arte y la tradición de China», dijo Zhang Ruyie, una estudiante de la Universidad de 22 años, mientras mantení­a la mirada fija en el televisor.

La joven respondió en inglés a la pregunta formulada en el mismo idioma, casi el único posible de ser usado por un hispanohablante para entablar una conversación.

«Es hermoso ver cosas de nuestro antiguo paí­s. Y me gustó la escena de la maestra dando clases a los niños», agregó Zhang.

Salvas de aplausos estallaban cerca del cruce de las avenidas Beichen West Road National y la Número 4 Ring Road Middle, en una casa de comidas donde todo el mundo habí­a dejado de consumir apasionado con el acontecimiento en el Estadio Olí­mpico.

«Estoy emocionado con el estilo de la fiesta», dijo Yang Rui, otro estudiante universitario de 20 años de la carrera de Comunicación.

Pero a cada respuesta le seguí­a de inmediato una pregunta de la concurrencia al cronista sobre su propia opinión de la ceremonia y el reportaje se convertí­a en una entrevista colectiva con los roles invertidos.

«No tení­a tanta expectativa con la fiesta. Es maravillosa», dijo Zhu Yuzi, una joven de 26 años.

Pero otra señorita mezclada en la multitud giró su cabeza hacia Zhu para decir que no, que lo mejor fue «la danza del Thai chi chuan . El Kung fu «.

La mayorí­a callaba al no poder comunicarse de otra manera que no fuera en chino, pero las miradas, las sonrisas y los gestos de aprobación eran suficientes para superar cualquier barrera idiomática.

Detrás de ellos, las calles y avenidas del barrio lucí­an desiertas, pero no convertidas en tierra de nadie, porque cada 100 metros vigilaban efectivos de seguridad policial y militar, enhiestos, en rí­gida posición de firme.

«Â¡Beautiful!», dijo en inglés otro muchacho y pidió la libreta al cronista para escribir la palabra «Â¡piaoliang!», que serí­a la forma fonética de decirlo en chino.

Mientras tanto, no era posible detectar grandes movimientos de gente en las calles, donde se evitaron las convocatorias masivas, con la población plantada frente a los televisores en sus casas y en locales abiertos.

De pronto salió corriendo el grupo que permanecí­a agrupado ordenadamente del lado de afuera del bar, como lo hacen los curiosos al paso o los que no tienen dinero para pagar una consumición en cualquier parte del mundo.

No habí­a motivo de alarma alguno, sólo que al iluminarse el cielo y atronar los fuegos artificiales, todos prefirieron ver aunque una parte de la fiesta en vivo, sin artilugios virtuales.