Recientemente se celebraron los 90 años de la Revolución Rusa. Esto hace reflexionar sobre el papel importante que el arte desempeñó durante el período que reinó el bloque socialista soviético.
Es importante recordar cómo el estado totalitario de Stalin rechazó el Constructivismo ruso, pero lejos de reprimirlo, lo utilizó a su favor.
Así como la Unión Soviética propició un «arte oficial», en otro tipo de sociedad también se encuentra el mismo tipo. Es decir, siempre, en todo país o sociedad, existe un tipo de arte favorecido por el poder político.
Por supuesto que esta idea no es rechazable. El impulso que se pueda dar desde la oficialidad a cierto tipo de arte, no es para nada discriminable.
Sin embargo, la experiencia dicta que este tipo de «arte oficial» casi nunca se renueva, y que muchas veces se autocensura, con tal de mantener ese apoyo.
Es por ello necesario, además, darle su importancia al «otro arte», al que no es oficial, al que no es hegemónico, al que no tiene cabida en los espacios oficiales o tradicionales (galerías, museos, teatros, editoriales, en fin, escenarios consagrados).
Valorar las dos tendencias, es observar la continua dialéctica del arte. Lo que hoy es oficial, algún día decaerá, y sin más ni más, el arte marginal tomará su lugar como oficial, y, a su vez, surgirá su antítesis.
Observando la historia, se puede asimilar, por ejemplo, que el Romanticismo fue marginal, cuando el Neoclasicismo fue oficial; al decaer este, el Romanticismo fue oficial, pero el Realismo surgió como la contrapropuesta. Luego el Modernismo, las Vanguardias, las Postvanguardias, etc.
Rechazar uno u otro es un grave error; no apreciar todas las formas artísticas, es una pobreza espiritual.