Oda A Guatemala (fragmento)



Desde mi sangre, desde mis raí­ces, esbelto y conmovido se alza el canto como un rí­o purí­simo, encendido, llevando entre sus aguas nuestra historia. En la altiva vigilia de mi sueño, como una flor inmersa en la alegrí­a, se eleva la leyenda de los hombres que esta tierra poblaron con su aliento. En las vegas y valles, en la altura que el flechero medí­a, en lo profundo del dí­a y de la noche, compañeros, un ritmo de tambores contení­a nuestra dicha suprema, nuestra esperanza firme. Nuestros pasos cantaban en la tierra -morada de los padres, alimento florido. Todo era nuestro: el pájaro y el árbol, la lejaní­a inmensa, los volcanes, el bosque, de los brujos albergue, el ancho cielo, el aire, la tierra humedecida. En nuestro joven mando ignorado era el «mí­o» porque todo era «nuestro» como el hermano sol que nos enciende a todos. El vino colectivo nuestra sangre colmaba con hechicero aliento popolvúhico: el cielo, de astros muchedumbre, ejemplo fue de nuesfro pueblo. La tierra frutos férfiles nos daba como una madre pródiga y fecunda. Y era la Primavera con su pasión agraria fuente del entusiasmo, cima de la alegrí­a. Abundaban los peces y las flores y los henchidos frutos de la tierra. El hambre no existí­a porque Naturaleza a todos nos saciaba con sus fuegos. El sueño alado del quetzal bogaba como un bajel de ensueño por los aires cantando el dulce trino de los libres. Un desplome de flechas saludaba al pací­fico viaje de la tarde. Cuando el alba nací­a del herido costado de la noche, un atabal de júbilos prendí­a en nuestra viva sangre, alborozada.

Raúl Leiva (1916-1975)