Fidel Castro, Ernesto «Che» Guevara y sus compañeros de revolución se hicieron pasar por estudiantes de oceanografía en el puerto mexicano de Tuxpan (este), mientras esperaban para partir en el legendario Granma para luchar contra la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, hace 50 años.
La llegada del yate Granma sin puerto de matrícula, pabellón nacional ni capitán y de un grupo de jóvenes cubanos a ese pequeño puerto pesquero del Golfo de México había despertado la curiosidad y el interés de la población local, rememora el general Carlos Alvarado, que en ese entonces estaba destinado en el regimiento de artillería de Tuxpan.
El «Che», Fidel Castro y su hermano Raúl eran los más discretos. Habían encontrado refugio en la hacienda de un notable local, que incluso les permitió instalar un campo de entrenamiento militar en su propiedad.
Las indiscreciones fueron desacreditando poco a poco la veracidad de la misión oceanográfica de los antillanos, hasta que llegó el 25 de noviembre de 1956, fecha de partida del Granma hacia la bahía de Guacanayabo, donde desembarcaron los 82 guerrilleros que empezaron la Revolución Cubana.
«No eran muy comunicativos. Les invitamos a tomar unos refrescos y poco a poco los conocimos. Un día uno nos hizo visitar el yate y nos invitaron a un ron Matusalem. Desde la popa del yate nos echábamos clavados», recuerda Alvarado, que en la época era un subteniente de 23 años.
El militar tuvo el Granma en sus narices durante tres meses sin sospechar la importancia de la expedición que se preparaba.
«Nos dijeron que eran estudiantes de oceanografía. No habíamos hecho el vínculo con (el asalto al cuartel militar de) la Moncada (liderado por Castro en 1953) y nuestra jerarquía nos mantuvo en la ignorancia», asegura.
«Había un contubernio con el gobierno. Obviamente, había consigna, tolerancia. Había agentes de los servicios secretos mexicanos vigilando», añade.
Los revolucionarios encubiertos tenían bastante éxito entre la población femenina autóctona. «Nos hacían competencia desleal» con las mujeres, reprocha el militar mexicano respecto a los juegos de seducción de los cubanos con las jóvenes de Tuxpan, que los rondaban para llamar su atención.
«Dábamos vueltas en el parque y el muelle. Eran muy guapos. Fidel, Raúl y sobre todo el ’Che’ Guevara, el argentino», recuerda todavía con admiración la esposa del general, Marta Dufour. «No tenían barba en ese entonces. La mayoría tenían fino bigote bien cortado, a la cubana».
«Le propusieron a mi hermano Carlos que fuera a Cuba con ellos, pero mi madre no le dejó porque era el hombre de la casa», indica la mujer.
No obstante, según Alvarado, a pesar de los guiños de ojo y los contoneos de caderas de las tuxpeñas, sólo uno de los cubanos renunció a hacer la revolución en Sierra Maestra para casarse con una mexicana y regentar la librería que le ofrecieron los suegros.
Cuando el entonces subteniente vio que el Granma había zarpado el 25 de noviembre de 1956, pensaba que se trataba de una nueva salida a la mar y fue varios días más tarde, tras el desembarco del 2 de diciembre, cuando supo que los «estudiantes de oceanografía» habían preparado en México el intento de derrocar el régimen de Batista.
«Nos enteramos de la invasión por la radio. Cuando nos llegó la noticia me dije: ’Mira esos desgraciados, nos tomaron el pelo’», señala Alvarado. «Pero fuimos parte de la historia. Hay un cierto orgullo porque habían zarpado de Tuxpan, de aquí partió la revolución cubana».