Observadores internacionales y países occidentales acusaron hoy al presidente Alexander Lukashenko, quien por más de 16 años ha gobernado Bielorrusia con mano dura, de intentar mantenerse en el poder a través del fraude electoral y la violencia, calificando su reelección como un proceso seriamente viciado.
Siete de los nueve candidatos que competían con Lukashenko fueron arrestados, incluso uno que según testigos fue golpeado por las fuerzas del gobierno y luego sacado del hospital por hombres vestidos de civiles.
La comisión electoral del país declaró que Lukashenko obtuvo casi 80% de los votos de acuerdo a un conteo preliminar, otorgándole un cuarto periodo en el poder, pero la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) dijo que la suma de votos en las elecciones del domingo fue «malo o muy malo» en la mitad de los distritos electorales.
También criticó la intervención violenta de la Policía antidisturbios que dispersó una protesta poselectoral.
«Una evaluación positiva de esta elección no es posible», dijo la observadora de la misión de la OSCE, Geert-Hinrich Ahrens.
Líderes europeos y Estados Unidos criticaron a Lukashenko por una ola de violencia contra sus rivales presidenciales y quienes les apoyaban en las horas que siguieron a la votación.
Lukashenko respondió a las críticas diciendo el lunes que las acciones de la Policía estaban fuera del mandato de la misión de observación electoral de la OSCE.
«Â¿Qué tiene que ver lo que pasó anoche con la elección? La elección se había terminado», dijo en una rueda de prensa.
La permanencia de Lukashenko en el poder hace de Bielorrusia una de los pocos vestigios dictatoriales de la era soviética, en el que el estado tiene un férreo control sobre los medios, la política y las empresas.
La continua represión en esta nación de 10 millones de habitantes, en la frontera con Europa, ha sido vergonzosa para la Unión Europea, que le ofreció 3.000 millones de euros en ayuda al país si las elecciones eran consideradas limpias y justas.
La desesperación y la rabia se apoderaron de muchos en Bielorrusia el lunes.
«Ilegal, dictatorial. ¿De qué otra forma puedes llamara esto?», dijo Natalia Pohodnya, quien esperaba en medio de la nieve a las afueras de una cárcel en Minsk, donde su hijo permanecía preso tras participar en una protesta. «Â¡Están golpeando a nuestros hijos!».
No se observaban señales de disturbios inminentes en el centro de Minsk. La Policía antidisturbios había desaparecido al amanecer.
La contienda previa a las elecciones había generado esperanzas de que Lukashenko estaba soltando su apego al poder. El número de candidatos no tenía precedentes, tuvieron más libertad para hacer campaña e incluso espacio al aire en los medios estatales. El país también aprobó algunas reformas a su código electoral.
Sin embargo, las evidencias de fraude antes y durante las elecciones el domingo llevaron a que cientos de miles manifestaran en las calles.
La Policía antidisturbios dispersó a los manifestantes cerca de un importante edificio gubernamental luego que algunos rompieron ventanas y puertas.
El centro de derechos humanos Vesna dijo que unas 400 personas habían sido arrestadas el domingo. El vocero del ministerio del Interior, Anatoly Kuleshov, dijo que los organizadores de disturbios masivos podían enfrentar hasta 15 años de cárcel.
En lo que representa una diferencia de posición destacable con respecto al reporte de la OSCE, la misión observadora de la Mancomunidad de Estados Independientes, bajo la influencia de Rusia, dijo que no ponía en entredicho los resultados. A pesar de las tensiones entre Minsk y Moscú, Rusia sigue considerando a Bielorrusia como una zona de freno de la OTAN.