Obrero en las implantaciones judí­as, un dilema palestino


Actores palestinos dramatizan una escena en la que los soldados israelí­es atacan a los vendedores ambulantes y transeúntes palestinos durante el rodaje del cortometraje

Como muchos palestinos, Ismail Harb detesta las implantaciones israelí­es instaladas en las colinas de Cisjordania ocupada, pero todos los dí­as, antes del amanecer, hace cola durante horas para participar en su construcción.


«No es sólo por el dinero que ganamos en las colonias judí­as, es que además allí­ el trabajo no se acaba nunca», explica este obrero de 36 años en medio de cientos de palestinos.

Desde las tres de la mañana, los obreros se congregan delante del control militar de Nilin para desplazarse a Israel o a una de las cuatro implantaciones vecinas, donde se construyen casas para los colonos judí­os.

Oficialmente, los dirigentes palestinos no quieren ni oí­r hablar de colonias, de las que reclaman la «congelación total» antes de reanudar las negociaciones con Israel.

Pero de hecho, miles de obreros de la construcción palestinos viven de ellas.

«Si pudiéramos encontrar el mismo tipo de trabajo en talleres palestinos, no necesitarí­amos venir aquí­ todos los dí­as y sufrir esta humillación antes incluso de ir a trabajar», lamenta Ismail Harb, que refunfuña contra la interminable espera en el check-point.

«Estoy totalmente de acuerdo con la reivindicación palestina de detener las colonias. ¿Pero qué alternativa nos queda?», explica.

El sol apunta por encima de los imponentes bloques de viviendas de la colonia de Modiin Ilit, más allá del puesto de control. Un soldado israelí­ grita en hebreo que después de las 06H30 no se autorizará el paso.

«La mayorí­a sabemos que nos humillan, pero no nos queda otra», admite Raid Al Rabi, un carpintero de 26 años.

«Algunos critican a los palestinos que colaboran en la edificación de la barrera de seguridad, pero qué responden a estos albañiles que les preguntan qué otra solución les queda para poder vivir», dice, aludiendo al muro de separación levantado por Israel en Cisjordania.

Cerca de medio millón de israelí­es viven en un centenar de colonias diseminadas por Cisjordania, incluida Jerusalén Este (anexada), el doble que en 1993, año del lanzamiento del proceso de paz de Oslo.

Los palestinos temen que la persistencia de la colonización reduzca a la nada sus esperanzas de un Estado independiente y sobre todo viable.

Presionado por Washington, el primer ministro israelí­ Benjamin Netanyahu aceptó echar el freno, pero de manera limitada y temporal.

Antes de que empezara la segunda intifada («levantamiento») en 2000, 146.000 palestinos trabajaban en Israel y en las colonias, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Hoy son 45.000, según el Ejército israelí­.

Los obreros palestinos deben pagar 75 dólares (50 euros) al mes para obtener un permiso de trabajo en Israel y en las colonias. Pero un albañil puede ganar así­ hasta 75 dólares diarios, en lugar de 20 dólares (15 euros) en las zonas controladas por la Autoridad Palestina.

El ministro palestino del Empleo, Ahmad Majdalani, acusa a Israel: «Existe un í­ndice de desempleo sin precedentes en el mercado de trabajo palestino por culpa del bloqueo y de las restricciones israelí­es».

Consciente del problema, la Autoridad Palestina se esfuerza por aplicar reformas económicas para atraer inversiones, con ayuda de la comunidad internacional.

Mientras, las filas de espera al amanecer siguen siendo igual de largas en Nilin.

«No me queda otra que hacer este trabajo para mantener a la familia», dice amargo Sharif Sanina, de 43 años, padre de ocho hijos.