El presidente Barack Obama y el republicano Mitt Romney cedieron hoy el escenario al electorado estadounidense en unos comicios que enmarcarán no solamente la composición del próximo gobierno sino la trayectoria del país durante muchos años.

Tras una intensa campaña presidencial llena de suspenso hasta el último momento, los estadounidenses acuden a las urnas desde los rincones más recónditos hasta los centros urbanos más importantes del país. Ambas partes esperan el fallo en nueve estados clave cuyos votos determinarán quién de ellos puede reunir los 270 votos del Colegio Electoral necesarios para la victoria.
Obama tienen más posibilidades de lograrlo, por lo que Romney decidió realizar hoy una última visita a Cleveland y Pittsburgh, mientras que su compañero de fórmula Paul Ryan se detuvo en Cleveland y Richmond, Virginia. Obama decidió hacer una decena de entrevista radiales y de televisión desde Chicago para resaltar una vez más sus razones que ameritan la reelección.
«Me siento optimista, aunque sólo sea cautelosamente optimista», dijo Obama en una entrevista radial. «Porque hasta que la gente acuda a las urnas y deposite su voto, el resto de todo esto son simples conjeturas».
Romney concedió igualmente entrevistas radiales en Ohio, donde dijo a los votantes que recuerden, camino de las urnas, la precaria situación financiera del país debido a la política de Obama. «Si todo queda reducido a la situación económica y el empleo, esta es una elección que yo debería ganar», dijo Romney a la radioemisora de Cleveland WTAM.
«Se trata de elegir dos visiones diferentes de Estados Unidos», dijo el lunes Obama en Madison, Wisconsin.
Romney sostuvo que Obama tuvo una magnífica oportunidad y la desperdició.
«El presidente cree que la respuesta es más gobierno», dijo Romney en Sanford, Florida. «No, señor presidente, más puestos de trabajo es lo que necesita Estados Unidos».
Obama votó ya hace 12 días y Romney lo hizo el martes en un centro comunitario de Belmont, en Massachusetts, antes de viajar a Ohio y Pensilvania.
PAPEL DEL CONGRESO
Sin importar quién sea el próximo mandatario de Estados Unidos, probablemente hallará que el nuevo Congreso seguirá siendo lo que el actual ha sido para el presidente Barack Obama: un dolor de cabeza.
Meses de discursos, saturación de anuncios televisivos, incontables eventos y más de 2.000 millones de dólares en gastos de campaña se están conjuntando para producir un nuevo Congreso sorprendentemente similar al que existe ahora: una Cámara de Representantes que los republicanos controlarán por un margen de ventaja de unos 50 escaños, y un Senado al mando de los demócratas por una diferencia muy pequeña.
Los republicanos iniciaron este año pensando que se apoderarían del control del Senado porque sólo están defendiendo 10 de los 33 escaños en juego el día de las elecciones. Eso parece improbable ahora gracias a las controvertidas declaraciones sobre la violación sexual efectuadas por candidatos republicanos en Misurí y Nevada, el retiro de la popular senadora Olympia Snowe de Maine, y las firmes campañas orquestadas por los demócratas que ocupan las bancas de Florida y Michigan.
Parece casi seguro que los demócratas no lograrán ganar los 25 escaños que necesitan para controlar la cámara baja, y cuando mucho podrían obtener un puñado de distritos. Después de que los republicanos ganaron gobernaciones y legislaturas estatales en los comicios de 2010, su partido tuvo mayor capacidad para reorganizar nuevas líneas distritales que reflejan el censo más reciente con el fin de proteger a sus miembros que ocupan puestos de elección popular y poner a los integrantes demócratas de la Cámara de Representantes en terreno menos amistoso.
«Mi percepción es que nadie obtendrá un mandato popular a partir de esto (las elecciones)», dijo el lunes Matt Mackowiak, consultor republicano. «Y es evidente que vamos a tener un gobierno dividido. Y eso va a hacer que los próximos dos años sean muy difíciles».
Como resultado, un Obama reelecto probablemente tendría continuos choques con el republicano John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes, en torno a los impuestos, la estimulación de la economía, la lucha contra la creciente deuda nacional y otros asuntos.
Ello aseguraría también límites a lo que el mandatario podría lograr en el Senado, donde los republicanos, aunque son la minoría, podrían seguir utilizando tácticas dilatorias para bloquear proyectos de ley que no puedan obtener 60 votos en la cámara de 100 integrantes.
Desde luego, un Romney victorioso tendría menos choques que Obama con la cámara baja. Sin embargo, enfrentaría aún más problemas con un Senado encabezado por los demócratas, donde el líder de la mayoría Harry Reid podría negarse incluso a debatir piezas importantes en la agenda republicana.
Para Romney sería crucial que su partido capturara una mayoría en la cámara alta en las elecciones del martes, o incluso un empate 50-50, porque entonces el vicepresidente Paul Ryan podría ser el fiel de la balanza en las votaciones empatadas.
Las normas del Senado permiten un proceso especial llamado «reconciliación» que les permitiría a los líderes aprobar proyectos de ley para disminuir el déficit, sobre los impuestos y otros temas por una simple votación de mayoría, con lo que evitarían la amenaza de tácticas dilatorias.
Los demócratas controlan el Senado actual 53 a 47, incluidos dos independientes que los apoyan. Los republicanos encabezan la Cámara de Representantes 242 a 193, con cinco vacantes.