El presidente estadounidense Barack Obama y su homólogo chino Hu Jintao van a encontrarse mañana por primera vez, al margen de la cumbre del G20, en la reunión más esperada de la cita de Londres.
La popularidad mundial del nuevo presidente estadounidense no es compartida por el régimen chino, que estima que gracias a sus lazos con su predecesor, George W. Bush, logró el sitio que se merece en la escena internacional.
El encuentro de Londres viene precedido de varias escaramuzas entre la primera potencia mundial y el país más poblado del mundo.
Menos de un mes antes de la reunión, China «acosó», según Washington, una embarcación de la Marina estadounidense en el mar del sur de China. Y el Banco Central de China sugirió la sustitución del dólar como la moneda de reserva internacional, idea rechazada prontamente por los estadounidenses.
En tanto, el primer ministro chino, Wen Jiabao, se declaró inquieto sobre la «seguridad» de las inversiones de su país en bonos del Tesoro estadounidense, de los que Pekín es el primer poseedor mundial.
«Creo que China piensa señalar a Estados Unidos y al mundo que el planeta no se mueve más alrededor de Washington y que una nueva era comenzó», observó Ralph Cossa, jefe del foro para el Pacífico en el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales.
Sobre la cuestión de los derechos humanos, China se mostró muy firme estas últimas semanas, particularmente a propósito de Tibet, haciendo todo lo posible para aislar al líder espiritual tibetano en el exilio, el Dalai-Lama.
Al recibir a mediados de marzo al ministro chino de Relaciones Exteriores, Obama no dejó de recordarle que los derechos humanos constituyen un «aspecto esencial» de la política exterior de Estados Unidos y dijo esperar «progresos» sobre la cuestión de Tibet.
Los analistas prevén sin embargo que la primera conversación entre ambos presidentes irá bien.
«La firmeza de Pekín sobre el Tibet en general y el Dalai-Lama en particular garantiza que esto va a convertirse en una manzana de la discordia, aunque la cuestión debería quedar bajo la alfombra en el primer encuentro», dijo Cossa.
«China quiere ser considerado como un igual de Estados Unidos y como un socio importante y no tiene nada que ganar al incomodar a Obama», agregó.
El gobierno de Obama dijo por su parte que desea ampliar la relación con Pekín, limitada bajo la era Bush al campo económico. Pero China teme que el nuevo gobierno sea más firme que el precedente en materia comercial.
«Con Bush, los chinos sabían a qué atenerse y estaban a gusto con esto», observó Nina Hachigian, del Centro para el Progreso Americano. «Pienso que todavía procuran comprender hacia dónde va la administración Obama».
Según Hachigian, a Pekín también le convenía la postura del gobierno de Bush sobre el cambio climático. Pero el voluntarismo de Obama en la materia produciría un cambio en un juego en el que China ha seguido los pasos de Estados Unidos, en particular sobre la emisión de gases de efecto invernadero.
Pekín corre peligro de verse mal parado si Washington acepta objetivos limitados por la reducción de la emisión de contaminantes y exige que los países en vías de desarrollo se comprometan en la misma vía.