Las lecciones que podemos aprender de la crisis de los países desarrollados actuales son muchas pero me quisiera concentrar en hacer un análisis de la crisis actual de los Estados Unidos de América.
Estados Unidos, el país que logró demostrar al mundo, en los últimos siglos, cómo la libertad es sinónimo de progreso, ha cometido el error de olvidar los principios que le dieron el título de potencia mundial que al día de hoy todavía ostenta por muchas razones bien conocidas.
El pasado lunes, al mismo tiempo que los mercados de las bolsas se derrumbaban empujados por el pánico financiero que causara la degradación en la calificación de los títulos soberanos del tesoro americano, el presidente Obama se dirigía al mundo con un discurso diseñado específicamente para calmar la ansiedad del inversionista de bolsa. El discurso, como era de esperarse tuvo resultados espurios porque las palabras del presidente no hicieron sentido en la lógica de la mayoría de inversionistas. El acuerdo al que llegaron entre republicanos y demócratas no fue, como era de esperarse, más que una negociación política, que carece de fundamento técnico económico. El problema es bastante más sencillo de lo que se quiere ver y es evidente que lo que detiene a los políticos, en este caso al presidente Obama, es el costo político de asumir las consecuencias de sus actos. Los gobernados en Estados Unidos están acostumbrados desde hace muchos años a ver un gobierno todo poderoso, socialmente magnánimo, derrochador e irresponsable. Bush (hijo) y Obama se encargaron de dotar a un sistema enfermo con más de la droga que mantuvo a la gente en la falsa suposición de que el Gobierno recogería los platos rotos de cualquiera a cualquier costo. Tanto va el cántaro al agua, que al fin se rompe; estiraron el hule demasiado y la factura, como siempre, corre por cuenta del tributario. Existe una sola salida y los mercados esperan que el pueblo estadounidense se encarrile en la solución, que existe porque la historia ha demostrado con resultados cual es el camino.
El discurso de Obama no convence porque a nadie hace lógica que la solución a un déficit enorme y galopante sea la de aplicar un costo adicional al capital productivo. No se logra crecimiento subiendo tasas impositivas porque los impuestos son sencillamente un costo directo al capital destinado a inversiones que son las que eventualmente podrían producir el crecimiento. Muchos dicen sin fundamento que la única opción a un presupuesto desbalanceado es el incremento de impuestos, pero en el caso específico de Estados Unidos es interesante analizar las estadísticas del presupuesto de una época con algunas similitudes a la coyuntura actual. En 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial el gobierno de Estados Unidos redujo su presupuesto en más del 50% pasando de US$84 mil millones de dólares en 1945 a US$39 mil en 1946 reduciendo un déficit del 21% sobre el PIB en 1945 a un superávit en 1947. El resultado directo, contrario a lo que muchos economistas de la época predijeron, fue una reducción significativa en la tasa de desempleo y un período de crecimiento económico sostenido de más de un lustro. En esa época, como ahora debieran, valientes tecnócratas notaron que los esfuerzos habían que hacerlos por el lado del gasto y no por el lado del ingreso fiscal. De hecho, sólo los políticos con visión de largo plazo logran entender que mientras más producción exista, los ingresos fiscales crecen sin necesidad de cargar con el costo político-social del aumento de impuestos.
Que más que el vivo ejemplo de lo que acontece en muchos países del mundo necesitamos para repensar nuestra situación. No podemos seguir las actitudes de estos gobiernos como que si fuéramos monos amaestrados, basta a la lógica de creer que está bien endeudarse en 10 porque otros están endeudados en 20. Después llegamos a los 20 de deuda, pero ahora está bien porque los otros tienen 40. Debemos exigirles a las autoridades que estamos por elegir que creen e implementen mecanismos legales para que, en aras de un presupuesto balanceado, una moneda sólida, y una inflación controlada, la presión se ejerza por el lado del gasto y no por el lado del ingreso fiscal.