La esperanza del presidente estadounidense, Barack Obama, de desatar una rápida transformación política en 2009 se quedó corta, si bien su gobierno aún sueña con forjar un cambio histórico en el próximo año.
Tras 11 meses en el poder, Obama es más cauteloso, está filtrado por la acrimonia de Washington y ya no es más una fuente de esperanza para millones, sino un comandante en jefe que tras darle muchas vueltas al asunto decidió duplicar la apuesta en la guerra en Afganistán.
Los antes elevados índices de aprobación están ahora por debajo del 50% según algunos sondeos, lo que es un territorio peligroso para cualquier presidente. Obama debió soportar un aleccionador proceso de aprendizaje en el extranjero y vio cómo su agenda doméstica iba a pasos lentos en el Congreso.
Pero si los legisladores aprueban pronto la reforma de salud que ofrece cobertura universal, Obama aún podría reivindicar el mejor primer año de cualquier mandatario reciente.
Los presidentes demócratas han fracasado desde los años 30 en reformar la cobertura de salud, y aunque se aprobara un proyecto de ley descafeinado, éste significaría la mayor reforma social liberal desde los años 60.
En el estante de Obama también descansa el Premio Nobel de la Paz. Muchos creen que no lo merece, pero el honor simboliza su restablecimiento de la imagen de Estados Unidos en el mundo.
Si el primer año de Obama se juzga según las expectativas masivas e irreales que lo condujeron a la victoria, sólo puede ser calificado entonces como un fracaso.
Pero si se ve 2009 en el contexto de la política estadounidense reciente y de la lúgubre herencia que le legó su predecesor George W. Bush, Obama cuenta todavía con crédito.
Junto el atasco de su reforma de salud en el Congreso, Obama no completará su plazo de un año para cerrar la base militar en Guantánamo (Cuba), una de las herencias de las política antiterrorista de la era Bush con la que más duramente ha tenido que lidiar.
Aparte el desempleo está en un agobiante 10%, el déficit presupuestal está por encima del billón (millón de millones) de dólares y persisten los temores sobre una recaída en la recesión.
En el exterior, el intento de Obama de confrontar al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ahora parece tosco, mientras el proceso de paz en Medio Oriente vuelve a estar estancado.
Los críticos de Obama se quejan porque el presidente ha hecho giras mundiales «pidiendo disculpas». Entretanto Irán parece haber desdeñado las presiones internacionales y se profundiza la tensión por el tema nuclear.
Una crítica que empieza a ser constante es que Obama se niega a tomar posición en cuestiones clave.
Por ejemplo respecto de Afganistán: decidió enviar 30.000 soldados más a la guerra, pero señaló que deben empezar a volver a casa en 2011.
En cuanto a la reforma de salud y el estímulo a la economía de 787.000 millones de dólares, Obama dejó que el Congreso diseñara los detalles. El resultado son textos de ley que no satisfacen ni a los seguidores demócratas ni a los enemigos republicanos.
Obama enfrentó lo que puede ser el año más difícil para un presidente en 70 años: una economía traumatizada en el vórtice de una depresión y una guerra en Afganistán que va cada vez peor.
Pero la segunda Gran Depresión al final no ocurrió y Obama reclama el crédito por haber recuperado el crecimiento y porque el aumento de la tasa de desempleo se haya desacelerado.
También se embolsó varios logros políticos. Obama extendió la cobertura de salud a los niños, prohibió la discriminación del salario por género, levantó la prohibición del gobierno a la financiación estatal en la investigación de células madres y le dio una vuelta de tuerca a la renuencia de Estados Unidos a comprometerse en la lucha contra el calentamiento global.
Además, una gran reforma de regulaciones financieras se está moviendo lentamente en el Congreso.
En el exterior buscó diálogo, reinició las relaciones con Rusia y consiguió que la OTAN también envíe más tropas a Afganistán.
Tras un año brutal, la presidencia de Obama puede estar entrando en una fase más realista, cuando la Casa Blanca no puede simplemente confiarse en el magnetismo personal y el carisma del presidente.