Nuevos hombres, menos violencia


Hoy hace 50 años las hermanas Mirabal, Patria, Minerva y Teresa fueron asesinadas por orden del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. La mano de un hombre firmó la sentencia extrajudicial que segó la vida de tres mujeres comprometidas con la lucha por la libertad y la dignificación de las personas.

Ricardo Ernesto Marroquí­n
ricardomarroquin@gmail.com

Guatemala, al igual que República Dominicana y la mayor parte de sociedades, tiene una tradición de violencia contra las mujeres. La Conquista, la imposición de la cultura española durante la Colonia, el dominio liberal sobre el Estado que permitió la conformación del sistema «finca», la brutal represión militar durante el conflicto armado interno y la imposición del neoliberalismo, fueron épocas de nuestra historia en donde se nos enseñó que la violencia es la herramienta que utilizan los grupos dominantes y el poder masculino para que pensemos y actuemos acorde a sus intereses.

En cada uno de estos momentos, aunque indudablemente los hombres también fueron golpeados, la peor parte la llevó la población femenina. Fueron en los cuerpos de las mujeres donde se escribieron mensajes de terror para aleccionar a toda la población sobre el castigo que acarrea intentar ser diferente. En la actualidad, las mujeres son golpeadas y asesinadas de otra manera que los hombres, la saña contra las mujeres evidencia la misoginia de los victimarios. Las estadí­sticas de mujeres maltratadas cada dí­a van en aumento. Guatemala se ha convertido en un paí­s en donde ser mujer es un peligro.

Además, para su subsistencia, el sistema patriarcal que domina a la sociedad guatemalteca, necesita que la jerarquización de los sexos se mantenga. Los hombres son colocados tradicionalmente por encima de las mujeres, provocando a estas últimas una situación de desventaja en todos los ámbitos de la vida social. Sin lugar a dudas, el maltrato fí­sico, las violaciones y los asesinatos son las peores formas de violencia contra las mujeres y las pruebas más evidentes de esta jerarquización. Es evidente también que no existe una voluntad verdadera por parte del Estado para implementar todos los mecanismos que tiene a la mano para evitar este flagelo.

Sin duda, ponerle fin a la violencia contra las mujeres requiere, además de medidas urgentes como esclarecer responsabilidades y juzgar a quienes recurren a estos actos inhumanos, una reflexión profunda sobre lo que significa ser hombre y no «macho».

Es necesario pensar sobre las tradiciones que hemos aprendido en el hogar y la escuela y que han determinado nuestro comportamiento. La construcción del género masculino nos enseña que debemos ser servidos, que mamá lava nuestra ropa, que no tenemos por qué pedir permiso para salir como sí­ lo tienen que hacer nuestras hermanas, a no llorar, a esperar a que sea la esposa quien limpie y cuide a los hijos… una serie de prácticas que pueden ser modificadas cuando nos valoremos personas y ciudadanos, hombres y mujeres.

La conmemoración del Dí­a de la No Violencia contra las Mujeres es un momento propicio para reflexionar sobre la irresponsabilidad del Estado por garantizar la vida, la paz y la seguridad para las mujeres, y sobre las prácticas que nosotros, como hombres, debemos transformar. masmujeresmejorpolitica@gmail.com