Con amargas despedidas de sus dueños, como si se tratara de un largo e incierto viaje, miles de mascotas fueron sacadas de Nueva Orleans antes de la llegada del huracán Gustav y llevadas a refugios que evitarán la matanza de animales que causó Katrina tres años atrás.
«Voy a extrañarte mucho. Cuidate nena, te amo», le decía Rosemary Jarreau, una residente de Nueva Orleans, de 50 años, a su perra antes de que entrara en una jaula de plástico.
Las escenas de despedida se repetían a un lado y a otro entre mujeres, hombres y niños que abrazaban a sus mascotas antes de entregarlas para ser evacuadas.
Los perros y gatos llevaban una cinta identificatoria en el cuello. Algunos más pequeños iban juntos en las jaulas, y luego pasaban a un enorme camión refrigerado que se los llevó al refugio de animales.
La medida buscó esta vez evitar que los cuerpos de perros, gatos y todo tipos de mascotas aparecieran flotando por todas partes, en medio de las hediondas aguas de la inundación que tapó a Nueva Orleans tres años atrás.
En el aeropuerto internacional Louis Armstrong podían verse ayer a muchas personas que abandonaban la ciudad y viajaban con sus perros. En las autopistas, dentro de los autos y camionetas, familias enteras huyeron del huracán Gustav cargados hasta el techo con pertenencias y con sus mascotas a bordo.
Y quienes no tuvieron cómo llevárselas, o no pudieron ocuparse de ellas, no tuvieron más remedio que entregarlas a grupos de protección de animales que se encargaron estos días de llevarse a todas las mascotas a lugares seguros.
«Tenemos decenas de miles de animales en un refugio, en Shreveport» (cerca de la frontera de Luisiana con Texas y Arkansas, sur de Estados Unidos).
«Llevamos diferentes mascotas, perros, gatos y también conejos», dijo Heather Rigney, de la Sociedad de Prevención de Crueldad a los Animales (SPCA, en inglés).
Asociaciones de protección de animales dijeron que unas 50 mil mascotas quedaron abandonadas en las casas cuando el huracán Katrina golpeó a Nueva Orleans el 29 de agosto de 2005. La mayoría de ellas murieron.
«Con Katrina perdí a mis perros, se ahogaron todos. Tenía una pareja, y mi hija otra, con cachorros. Todos murieron», recuerda Rosemary llorando.
La mujer abraza a una de las agentes encargadas de llevar los animales al refugio y se desahoga como si estuviera viviendo una tragedia.
Su hijo Devontay, de 11 años, tiene tres cachorros en sus manos. Los acaricia por última vez y los coloca en una caja para que se los lleven. «Van a estar bien», dice confiado. Y al contrario de su madre, prefiere reír en la despedida.