Nueva amenaza para Bush


Violencia. Policí­as afganos hacen guardia en la ciudad de Herat, donde un coche bomba explotó y provocó la muerte de dos civiles.

El atentado en Afganistán contra el vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, es la prueba definitiva de que los talibanes, apoyados por Al Qaida y con la denunciada complicidad de los servicios de inteligencia de Pakistán, buscan convertir ese paí­s en un «pequeño Irak», pese a la presencia de 40 mil soldados de la OTAN.


Expulsados del poder tras la intervención militar estadounidense en 2001 en respuesta a los atentados del 11 de septiembre, los rebeldes islámicos se han reorganizado, extendido sus redes de contacto y aunado el apoyo de la población, «desencantada al ver que nada cambia en el dí­a a dí­a», explica Karim Pakzad, del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de Parí­s (IRIS).

Desde julio de 2006, los talibanes han intensificado su ofensiva, provocando unos 170 muertos en las fuerzas de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), bajo mando de la OTAN. También incrementaron los ataques suicidas, que pasaron de 30 en 2005 a 70 en 2006.

«Se prevé un recrudecimiento de la situación», agravada por el hecho de que los talibanes cuentan en estos momentos con 2.000 voluntarios dispuestos a inmolarse, «algunos de ellos procedentes de Irak», señala Pakzad a la AFP.

Las tropas de la Alianza Atlántica, que tras instaurar el orden en Kabul, se distribuyeron por todo el paí­s, toparon en regiones del sur –como Kandahar y Helmand– con una agresiva insurgencia talibán, que no logran sofocar a pesar de contar con el apoyo de las fuerzas locales.

«Los problemas empezaron cuando la OTAN se desplegó en el sur, donde se encuentran los talibanes», indica a la AFP el profesor Franí§ois Heisbourg, del Instituto Internacional de Relaciones Estratégicas (IISS) de Londres.

La presencia extranjera en Afganistán, limitada a la acción militar, no puede apoyarse siquiera en el gobierno «débil» del presidente Hamid Karzai, estima Pakzad.

La comunidad internacional «no ha sabido instaurar una administración eficaz», muy al contrario, ha asentado un gobierno profundamente dividido y «corrupto», agrega.

Así­, la acción de los talibanes se extiende como reguero de pólvora por todo el territorio y amenaza con convertir Afganistán en «un pequeño Irak», que se sumarí­a a los quebraderos de cabeza de la administración de George W. Bush, ya empantanada en ese paí­s árabe.

Aunque es imposible determinar el número de rebeldes que actúan en Afganistán y los medios con los que cuentan, no cabe duda de que siguen «trabajando con Al Qaida», asevera por su parte Heisbourg.

«Al Qaida necesita a los talibanes para seguir funcionando» porque los terroristas «no son muy numerosos» y la mayorí­a, como su lí­der, el saudí­ Osama Bin Laden, «no son originarios de Afganistán y requieren el apoyo de una fuerza local», agrega este experto.

Pero los talibanes también se nutren del apoyo brindado desde el vecino Pakistán, «tanto de los servicios secretos militares como de los partidos islamistas de la frontera» que les proporcionan «ayuda material y financiera», asegura Pakzad.

Para entender cómo es posible que los talibanes y los terroristas de Al Qaida sigan campando a sus anchas por la frontera, hay que dirigir la mirada hacia el presidente paquistaní­, Pervez Musharraf, aliado más en teorí­a que en la práctica de Estados Unidos, sostienen los expertos.

«Musharraf hace lo que puede para mantenerse en el poder», debe satisfacer «tanto a Estados Unidos como a Al Qaida», resuelve el profesor Heisbourg.

En ese sentido, no es coincidencia que las fuerzas paquistaní­es arrestaran esta semana al ex ministro de defensa talibán y uno de los principales lí­deres de la insurgencia afgana, el mulá Obaidulá Ajund.

Esa detención, coincidiendo con la visita de Cheney a Pakistán, fue interpretada por los analistas como gesto hacia Estados Unidos.

La única solución, afirma Pakzad, es cambiar de polí­tica inmediatamente: hay que dejar de centrarse exclusivamente en el plano militar y ayudar a los afganos a «reconstruir el paí­s, acabar con el tráfico de drogas», cuya industria representa el 60% de la economí­a nacional, y «dotar al gobierno de un verdadero ejército».

Débil capacidad militar interior

La Guardia Nacional estadounidense, bajo fuerte presión por las guerras en Irak y Afganistán, afronta una escasez de equipamiento que pone en peligro su capacidad de responder a un eventual ataque terrorista, desastre nacional u otra crisis interna, según un panel independiente.

La Guardia Nacional ha sido reducida a su menor nivel de respuesta debido a la falta de equipamiento, lo que supone un riesgo inaceptable para los estadounidenses, aseguró la Comisión para la Guardia Nacional y Reservas en un informe presentado al Congreso.

El informe, entregado el jueves, dice que 88% de las unidades del Ejército de la Guardia Nacional y 45% de las unidades de la Aviación de la Guardia Nacional que no están desplegados en el exterior sufren recortes de equipo debido a los conflictos en Irak y Afganistán.

«Si no se hacen cambios importantes, la guardia y la reserva, la capacidad de llevar a cabo sus misiones, continuará deteriorándose», dijo Arnold Punaro, presidente de la comisión independiente y general en retiro de infanterí­a de marina.

La Guardia Nacional es un ejército de voluntarios que ayuda al Ejército estadounidense en sus misiones en el exterior y puede ser requerida internamente para detener manifestaciones o ayudar en caso de desastres naturales.