Nuestros muertos de la era digital


Hoy dí­a, el disquete es casi obsoleto. Aunque aún haya personas que los utilizan, se hace cada dí­a más difí­cil comprarlos por su desuso.

Las últimas décadas del siglo XX estuvieron marcadas por varios hechos históricos, pero sobre todo tecnológicos. La sociedad guatemalteca recién salí­a de su adormecimiento al cual fue condenada por la castración de la libertad de expresión y su iniciativa durante la guerra interna, y la entrada a la globalización fue un fuerte golpe, al cual no le costó acostumbrarse.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

La máquina de escribir es casi obsoleta, sobre todo por las facilidades que ofrece la computadora para la práctica de la escritura.Fácilmente rayable, y por ello casi casi desechable, además de ser muy costoso, el disco de vinilo ha tenido que permanecer para exclusividad de coleccionistas.El monstruo comedor de puntos fue muy popular en el inicio de la era digital. Aún ahora se le recuerda con mucho cariño, y de vez en cuando es jugado en Internet.La Polaroid instantánea ya ha sido descontinuada; la expansión de las cámaras digitales la ha condenado al destierro.Los videos ofrecieron posibilidades de ver pelí­culas, así­ como grabar eventos familiares.El walkman cumplió recientemente 30 años, pero los cumplió en el olvido. Su invención modificó la forma de escuchar la música.

Y es que, según las teorí­as de Karl Marx, los cambios en la infraestructura (es decir, la tecnologí­a y los modos de producción), son mucho más rápidos que los cambios en las ideologí­as, y que ésta se ve transformada con los avances de la ciencia. O sea, que las nuevas tecnologí­as van transformando nuestra forma de ver la vida, y no al revés, que la tecnologí­a es producto de la ideologí­a, como a veces se suele pensar.

De un momento a otro, las emisoras de radio empezaron a proliferar, y la televisión de pronto se convirtió en un gran negocio. La era digital mostraba avances cada vez más asombrosos, como esas grandes computadoras que prometí­an una gran revolución, o los juegos de video, como el Atari, le quitaban el sueño a los niños que estaban acostumbrados a sólo jugar arrancacebolla.

Los revelados de fotos empezaban a ofrecer sus servicios de menos de 48 horas, y la apertura de los videoclubs se dispararon, ofreciendo pelí­culas sin mucho interés. Estamos en la década de los ochenta, cuando Guatemala estaba encaminándose al retorno democrático, y he aquí­ una crónica del nacimiento, vida, reproducción y muerte de la tecnologí­a que nos deslumbró y nos ha cambiado la vida.

VIDEOS, CINE Y TELEVISIí“N

Para la primera mitad de la década de los ochenta, los canales de televisión se esforzaban por conseguir todas esas series de moda que causaban furor en Estados Unidos. Claro, la programación estaba más diversificada, aunque probablemente tampoco representaba un meganegocio.

El estatal Canal 5 sembraba en el inconsciente colectivo del guatemalteco con sus panfletos, que aún hoy dí­a pueden ser coreados sin titubeos: «Mamá me han contado que eres un buen soldado», canción que hací­a a los niños cuadrarse, sin saber por qué.

Por la poca capacidad económica de poder costear los programas de moda, habí­a más producción nacional. El tradicional programa «Campiña», con todo y Taco y Chalí­o, era uno de esos pocos programas que realmente uní­an a la familia, como fue la utopí­a inicial de la televisión. «Venga con Chalo Venga», y los eternos «Mentes Santas, ¡ASí SE CONTESTA!» y «Cuestión de minutos», ofrecí­an contenido nacional.

La Liga española era un evento lejano, y a nadie le importaba si se contrataba en el Real Madrid a Cristiano Ronaldo, a Hugo Sánchez o a cualquiera. Aquí­ lo único que contaba era ver en dónde jugarí­a Oscar «La Coneja» Sánchez, porque eso aseguraba que el equipo serí­a competitivo.

Como parte del retorno democrático, las estrategias del mercado se encaminaban cada vez más en atraer a los jóvenes, como clientes potenciales, y por ello, se aprovechó la explosión de la industria del video clip para crear programas en torno a esa temática; «Musicales del Trece», que hace referencia a este canal que tení­a, entonces, poca audiencia, creaba verdadero furor en las horas vespertinas, sobre todo cuando transmití­a infinitas veces los videos del ahora finado Michael Jackson, o la conmoción que causaban los videos de Queen, especialmente el escandaloso «I want to break free», en donde salí­an vestidos como mujeres, dando pie a la proyección del movimiento gay lésbico.

De a poco, el gusto empezó a refinarse, sobre todo por la inclusión de la llamada televisión por cable, hoy dí­a tan común como los celulares. Antes de ello, ver programas de otros paí­ses sólo era potestad de familiar suficientemente ricas para poder comprar una antena parabólica. Sin embargo, el cable vino a conquistar, poco a poco, el gusto de la gente.

También los videoclubs empezaban a adquirir pelí­culas para rentar, gracias a los también ya accesibles videoreproductor. Por el momento, no habí­a vendedores de pelí­culas pirata en la Sexta Avenida, e, incluso, no se atormentaba con el (ahora denominado) delito de copiar sin autorización del productor una pelí­cula.

Sin embargo, los videoclubs apenas podí­an ofrecer pelí­culas viejas, ya que los estrenos aún continuaban siendo potestad de las grandes salas de cine: Lido, Capri, Lux, Aries, y los entonces lujos Capitol.

La concepción hoy dí­a es diferente. La televisión ofrece mayor diversificación de su programación, y la piraterí­a de pelí­culas afecta al negocio de las salas de cine, que deben ofrecer, ahora, otros servicios, como comodidades especiales, o visiones en tercera dimensión.

La televisión, frágil y sin mucha programación, es ahora hasta criticada por su poder polí­tico y por el tácito monopolio.

En cuanto a los videocasetes, se han convertido ya en uno de los cuantiosos cadáveres de la era digital, sobre todo por la venida del DVD y del Blue Ray, además de YouTube y otras formas de ver programas por Internet.

WALKMAN, KCT Y LP

Recientemente, acaba de cumplir 30 años de vida -si es que aún viviese- el walkman. Este aparato fue una verdadera revolución cultural. Anteriormente, ya habí­a radiograbadoras que operaban con baterí­as. Sin embargo, las dimensiones eran enormes, y la bulla, quizá, molesta. En los inicios de los ochenta, se veí­an personas con grandes radiograbadoras montadas sobre sus hombros, para hacer la música portátil, pero eso no era muy cómodo.

Con el walkman, la música empezó a ser portátil y personalizada. Aunque, también, ello tuvo costos sociales, como la abstracción del ambiente de las personas que se desvanecen al tener sus audí­fonos puestos.

Claro, con el walkman, también proliferó el casete, que ya existí­a anteriormente, pero que no habí­a desarrollado todas sus posibilidades. Tal es el caso del famoso regalo entre enamorados, en que alguien le daba a su persona amada un casete con la «música romántica favorita para que pienses en mí­», como decí­an las leyendas de esas formas de almacenaje musical.

Claro, las posibilidades de grabar era muy escasas, sobre todo porque no todos tení­an el equipo de sonido capaz de grabar de disco de vinil a casete, y los aparatos de doble casetera aún no habí­an sido inventados. Por tanto, la opción más factible era grabar las canciones de las radios, para crear colecciones personalizadas.

Por supuesto, las radios también se enfocaron mucho en esa nueva población joven que proliferaba. Las emisoras de radio de noticias o de marimba iban desapareciendo, para dar paso a emisoras más frescas que alternaran a Vicky Carr, José José y Roberto Carlos, con la nueva música de rock en inglés que empezaba a invadir su mercado latinoamericano, como Bon Jovi o Deff Lepard.

El casete también ofrecí­a una mejor posibilidad a los discos de vinilo, que se rallaban con facilidad, y que en costos era hasta cuatro veces mayor. Claro, hoy dí­a, tanto los casetes y los discos son otros cadáveres más. í‰ste murió con el disco compacto, quien también está muriendo, junto con los casetes, con la nueva tecnologí­a digital, el MP3, el iPod y otras formas de almacenamiento electrónico, propiciado por las computadoras.

COMPUTADORAS Y MíQUINA DE ESCRIBIR

El único contacto que, en la década de los ochenta, se tení­a con las computadoras, era ese recibo de la Empresa Eléctrica que vení­a con perforaciones que representaban los 1 y los 0 de la computadora que emití­a ese documento de pago.

Fue hasta finales de los setenta, en Estados Unidos, que la Apple empezaba a ver las posibilidades de la computadora personal. «Â¿Quién quiere una computadora personal? Te aseguro que no se venderá», le decí­an a Steve Jobs, fundador de la Appel, las personas a quienes acudí­a para financiamiento.

El tiempo le dio la razón a Steve Jobs. Y dinero. Mucho dinero por su idea.

Total es que ver una computadora personal en la década de los ochenta era un verdadero lujo. Pero tenerla, no aseguraba nada. De hecho, casi no serví­a, y se limitaba su uso para expertos.

En la década de los noventa, las computadoras empezaron a ser más comunes, como esas -ahora odiosas, pero entonces- amadas 486, que operaban sin disco duro ni memoria RAM. Para hacerla funcionar, era necesario andar con un juego de por lo menos diez disquetes, para ingresar, primero, al sistema operativo DOS, y poder hacer más de algo.

En esos tiempo, todo programa cabí­a en un disquete de 1.44 megabytes, lo que hoy dí­a es casi nada. Hay documentos en Word, o fotografí­as en jpg que son más grandes que eso. Y antes de esos disquetes, estaban aquellos de 5 ¼, aún peores por su tamaño.

Los disquetes, así­ como los discos de vinilo, era muy frágiles, y se arruinaban con facilidad. Era necesario llevarlos en cajas especiales, y cuidarlos como si se llevaran figuras de cristal.

Por entonces, los programas Word Perfect y Professional Write, daban una opción para la escritura rápida, dando avisos de la muerte de la máquina de escribir.

Pronto, las computadoras personales incluyeron discos duro, cada vez más y más grandes, memorias RAM y dispositivos de almacenamiento, tan grandes, que en una pequeña USB ya es capaz de tener la misma cantidad de información que cabrí­a en 200 disquetes.

¡Qué tiempos aquellos! «Prí­ncipe de Persia», uno de los juegos más asombrosos para computadora, cabí­a en un disquete. Hoy, el disquete, ese juego y las máquinas de escribir, son cadáveres de la era digital.

VIDEOJUEGOS

Las computadoras también permitieron la entretención, como los ya mencionados juegos. A principios de los ochenta, hubo una especie de computadoras, bastante especí­ficas, que ofrecí­an exclusivamente juegos, como pinpón electrónico, juegos de tanques y el popular Pac-Man, esa criaturita que se alimentaba de puntos titilantes, huyendo de los fantasmas del pasado, y que obtení­a el éxito si acababa con todos los puntos (como buen mensaje del consumismo convulsivo).

Uno de las consolas más populares fue el aún recordado Atari, que consistí­a en un control de una palanca y un botón. Poco a poco, estos juegos de video se han ido haciendo más y más complejos, ofreciendo opciones como el Nintendo y el PlayStation, que llegan ya a niveles de poder captar el movimiento del cuerpo para poder jugar.

FOTOS BLANCO Y NEGRO

En las últimas semanas, grupos organizados de fotógrafos han realizado protestas en las calles y avenidas de la ciudad de Guatemala, porque con el nuevo documento de identificación -que sustituye a la cédula de vecindad-, se ha puesto fin (qepd) a los comercios de fotografí­as tamaño cédula.

Ya habí­an dado avisos cuando se eliminó el antiguo formato de la licencia de conducir, y con el nuevo pasaporte, los cuales captan la fotografí­a digital. Sólo la cédula de vecindad les permití­a su última trinchera.

Como ví­ctimas de la era digital, los fotógrafos agremiados no se resignan a tener que buscar formas innovadoras de atraer a la gente para tomarse fotografí­as de estudio. Aunque para ello, también deban luchar con la explosión de las cámaras digitales, que cada vez son más sofisticadas, pero a la vez amigables con el usuario.

La fotografí­a, anteriormente, era sólo cuestión de expertos. Practicar como aficionado la fotografí­a representaba dilapidar mucho dinero en rollos arruinados y fotografí­as limitadas a tomar 12, 24 o 36, únicamente. Hoy dí­a, los flashazos surgen por centenas, ya que no hay problemas en tomar malas fotografí­as, simplemente se eliminan a la hora de revisarlas.

De esa forma, los revelados de fotografí­a también han reducido sus ventas, ya que antes se estaba obligado a revelar todo un rollo, aunque sólo una foto sirviera. Ahora, las fotos que se revelan son contadas y especiales.

Desde aquellos lejanos inicios de la década de los ochenta, en tiempos en que se habí­a convocado a una Asamblea Nacional Constituyente para redactar una nueva Carta Magna en un Congreso que carecí­as de tablero electrónico, hasta hoy dí­a, en que todo parece haber cambiado, menos los conflictos polí­ticos, la sociedad guatemalteca observa las formas culturales de manera diferente: el cine, la televisión, la música, la fotografí­a, etc.

Nuestras sociedades, cada vez más enclaustradas en su propio hogar debido a la excesiva violencia, deben equipar sus hogares de mejor manera para no morir de aburrimiento. Una sociedad que no sabe explicar a dónde va ni de dónde viene, pero que tal vez sí­ sabe identificar los cambios sufridos a través de la tecnologí­a, sobre todo con los maravillosos avances de la era digital.

Descanse en paz la tecnologí­a análoga.

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