Un reflejo de las múltiples injusticias de nuestro mundo contemporáneo lo constituye, sin lugar a dudas, el infrahumano trato que padecen nuestros paisanos al ser deportados de la poderosa nación del norte. Ese retorno es parte de un vía crucis que se inició con la toma de decisión de partir hacia allá, e incursionar en un mundo que les es ajeno y en el que la estabilidad está asociada a variadas formas de clandestinidad.
Los números son variados y cada año, con la administración norteamericana que está por concluir el próximo 20 de enero, ha ido en aumento. Así en 2005, los guatemaltecos deportados llegaron a ser 11,205; en 2006, 18,305; en 2007, 23,068. Y hace exactamente dos meses atrás, para el 25 de septiembre, el número llegaba a 20,248. Organizaciones con amplia experiencia en este tipo de monitoreo anticipan que el 2008 podría concluir con una cifra superior a los 26,000 deportados.
El otro lado de los números lo constituye el envío de remesas. Según datos recopilados por el Banco de Guatemala, en 2005, el total enviado llegó a 2.992,822.5 millones de dólares de los Estados Unidos de América. En 2006, ascendió a 3.609,813.1 millones. En 2007, volvió a aumentar a 4.128,407.6 millones. Y este año a pesar de la crisis económica, hacia el mes de octubre de este año, ya marcaba un incremento respecto del mismo mes del año anterior, un aumento por el orden de los 213,504.8 millones de dólares, para un total acumulado de 3.663,707.2 millones. En el mismo mes, en 2007, el acumulado era de los 3.450,202.4 millones.
¿Cuántas lecturas se pueden hacer de estas frías y pero igualmente prometedoras cifras que inyectan y nutren tan importantemente a nuestra economía? ¿Cuán valioso es el empeño que nos demuestran nuestros paisanos? ¿Cuánto dolor y frustración acumulados empañan el futuro de quienes son obligados a retornar en medio de humillaciones y sarcasmos? ¿Cuántos problemas sociales se agudizan en nuestro propio país derivado de la ausencia de oportunidades reales de una vida digna, pues si no, por qué decidieron en su momento partir? ¿Cuál puede y debe ser el papel del Estado frente a este significativo aporte a la economía nacional?
Por cuestiones de trabajo, el año pasado solía visitar mucho el interior del país. Uno de mis últimos recorridos, ya este año fue en febrero. Hacia el occidente. Y el ámbito del paisaje de la ruralidad guatemalteca ha ido transformándose constantemente. Pude ver, entre otros aspectos, redes de transporte colectivo en unidades de unos 17 pasajeros, último modelo. Gente trabajando y transportándose en ellas, con cierto tipo de reflejo en sus rostros que casi me hizo olvidar las secuelas de las olas de criminalidad e inseguridad que prevalecen en buena parte del país.
Sin embargo, estos volúmenes de ingresos de divisas derivados de las remesas, llegan a un tercio de la población. Los índices de pobreza siguen siendo lacerantes. Y jamás se pretendería que guatemaltecos en el exterior impulsen programas nutricionales o de generación de empleos, si los que estamos aquí, si los que nos hemos quedado no somos capaces de hacerlo por sí mismos. Es decir, no se puede pretender que guatemaltecos en el exterior constituyan un Estado en el exilio y auxilien a este Estado precario que no permite que sus habitantes tengan una vida digna. El tema da para más. Continuará.