La pobreza, el desempleo, la poca atención del Estado respecto de la educación y la salud, la inseguridad, entre otros problemas que afectan a la mayoría de la población, constituyen factores de angustia, de insatisfacción, de frustración y de tristeza en nuestro país.
México, por ejemplo, es un país alegre. Sus mariachis, sus cómicos, los deportes, sus centros turísticos y sus formidables espectáculos son famosos porque brindan alegría en toda la dimensión ambiental.
Cierto es que en la actualidad nuestro vecino del norte afronta situaciones que le están suscitando preocupación y tristeza. El crimen organizado, el narcotráfico con sus rachas de violencia están provocando inseguridad a las personas y sus bienes. Lo están orillando más y más al caos con la consiguiente peligrosidad.
El Brasil carnavalesco tiene también grandes motivos de alegría, pero también muchos y por demás lamentables cinturones de miseria. Las favelas son sencillamente tenebrosas. Abundan los tugurios en los que la promiscuidad es inevitable. Los vicios de todo género son característicos del gigante sureño.
El gobierno brasileño se está empeñando, con notoria vacilación, en implantar un socialismo de nuevo cuño, a semejanza del que vive pregonando Hugo Chávez Frías, el histérico y megalómano dictador venezolano que derrocha verborrea cargada de demagogia y agresividad.
Cuba, la Cuba castrista, fue alegre, muy alegre en otros tiempos. Lo malo era que había antros de vicios de toda clase, especialmente en La Habana. Eso ocurría durante el funesto orden de cosas del sayón Fulgencio Batista, el «blindado» sátrapa que, al igual que otros perdonavidas, pretendía eternizarse en el poder… En el poder que no sueltan sino a pepitazos los endiosados adormecidos por los cantos de sirena o porque les gusta la dolce farniente? ¡Oh vanidad de vanidades! ¡Oh desmedida ambición al peculado y al mando de tipo totalitario!
En Europa, en el Asia y en otros patios americanos hay sociedades que, no obstante la debacle económico-financiera imperante a nivel mundial, no dejan de tener placenteros momentos propios de la calobiótica, palabreja ésta, poco usual, que significa «arte de bien vivir»?
No sin profundo lamento, podemos decir nosotros los chapines en la hora dramática porque atraviesa esta pobre y nunca bien amada patria nuestra: ¡Qué triste estás, Guatemala!
Este privilegiado suelo centroamericano es digno de acendrado amor de sus hijos para que vaya hacia delante, siempre hacia adelante con alegría, con optimismo, con esperanzas cifradas en un futuro mejor, realmente promisorio, sin estancarse, sin ir de retroceso como está aconteciendo, empeorando la situación de sufrimiento de la enorme mayoría de nuestros compatriotas?
Necesitamos sacudirnos la tristeza. Es algo que viene siendo como una dolencia que nos aguijonea el alma y el espíritu.
Los políticos partidistas harto conocidos (o politiquientos, como dirían los chilenos) son responsables en gran parte de las desgracias que está padeciendo desde hace no pocas décadas el pueblo.
Esa gente politiquera se comporta como los apátridas, como los bribones y como los enanos del patriotismo. No puede participar en alguna actividad en pro de la pobrería porque al rato se creen con derecho de aprovecharse de los dineros del pueblo para hacer su agosto en enero, en julio, en noviembre o en cualquier otro mes del año…
No pueden los politicastros y politiquientos hablar demagógicamente en los mítines a sus rebaños ofreciéndoles que lucharán para calmar el hambre, para recibir parcelas, viviendas, fertilizantes, etcétera, porque ya están pensando en pasar de una butaca congresil o de cualquier otra posición burocrática a una poltrona ministerial, incluso, osadamente, al solio que hoy por hoy ocupa don ílvaro Colom Caballeros. En fin, sus pretensiones no son sólo del «pisto» que sale de los bolsillos de la población, sino asimismo son propósitos de dar rienda suelta a la vanidad.
Dejamos de soslayo a esa claque para instar a los guatemaltecos en general a tratar de convertir las preocupaciones, las angustias, la tristeza en euforia; ¡en alegría!