Nuestro común antepasado iraquí­ (I)


Luis Fernández Molina

Tras profundos estudios y meditaciones John Lightfoot, vicecanciller de la Universidad de Cambridge y profesor de estudios rabí­nicos estableció en el año 1650 de forma categórica, dogmática e inobjetable, que a las nueve de la mañana (hora local del Edén) del dí­a 26 de octubre del año 3929 AC, fue creado Adán (equivalente a su nacimiento). El pronunciamiento de Lighfoot corregí­a el estimado aceptado hasta entonces que marcaba 4,000 años; o sea, lo ubicó 71 años después. En ese entonces la cronologí­a bí­blica era un tema muy serio y se basaba en la interpretación literal del mismí­simo texto bí­blico. Sin embargo, la discusión era del dominio exclusivo de los teólogos y estudiosos de las Escrituras y se excluí­a, como hereje, cualquier otra interpretación que no concordare con la autorizada versión de las Escrituras por mucho fundamento cientí­fico que aparentaren tener. Nadie podí­a contradecir el contenido de la Biblia. Por eso los astrónomos de esa época pre-cientí­fica trataban de acomodar sus observaciones estelares al esquema ortodoxo que situaba a nuestra tierra en medio del sistema solar y del universo entero. Los estudios de geologí­a, paleontologí­a, arqueologí­a, paleo-arqueologí­a, historia antigua, astronomí­a y muchas otras ciencias similares prácticamente no existí­an y la edad del universo no era un tema que preocupara o que tuviera especial aplicación práctica (nadie reparó en la pequeña diferencia entre 4,000 años y 15,000,000,000 de años). Por otra parte obstinadamente se trataba de adaptar cualquier nuevo indicio al esquema bí­blico, por ejemplo, pocos se habrán detenido a considerar los restos fósiles de peces, caracoles y otras criaturas marinas en lo alto de las montañas. Para los estudiosos ello mas bien confirmaba el diluvio universal. Los huesos de dinosaurios habrán sido prueba de las especies que, por no ingresar al Arca de Noé, desaparecieron. Los doctores y prelados basaban su cálculo en un recuento de las genealogí­as registradas en el Viejo Testamento y aún en el Nuevo Testamento que remontaban en reversa, de Jesucristo hasta Adán. Cuestión simple: sumar los años que vivieron los respectivos antepasados para llegar a una fecha inicial. Era el común sentir que sumaban los citados cuatro siglos exactos. James Ussher en 1620 fue el primero que a su incorporó a su análisis los primeros elementos puramente cientí­ficos. Poco antes, Johannes Kepler habí­a sugerido que el oscurecimiento que reportan los evangelistas (dato bí­blico) al momento de la crucifixión debí­a ser provocado por un eclipse de Sol (dato cientí­fico), mismo que, con base a cálculos astronómicos pudieron establecer cuatro años antes de la fecha generalmente aceptada. Esto hací­a correr cuatro años en todas las mediciones generalmente aceptadas incluyendo a la genealogí­a luterana efectuada por el propio Martí­n Lutero. Hay que recordar que el proceso de creación tomó a Dios siete dí­as y que fue culminado con el soplo divino que dio vida al barro. Claro, por último creó a la insustituible mujer, pero para entonces el Creador mostraba algunos signos de fatiga, al punto de que se recetó como descanso el séptimo dí­a. Sin perjuicio de las objeciones que se opusieron al análisis de Lightfoot su dictamen quedó oficializado y fue oficializado en los textos autorizados de las biblias anglosajonas.

Fue en esos años en que empezó la ciencia a exigir sus feudos y poco a poco fue asomándose, compartiendo las verdades con los textos religiosos. Esa disputa se sintetiza con Galileo: La Biblia enseña cómo ir al cielo, no cómo es el cielo. En todo caso tenemos la fecha del nacimiento de Adán, falta por determinar el lugar. (Continúa).