Nuestra tendencia a vivir tomando atajos


Un lector me decí­a que ejercer ciudadaní­a tiene que empezar por las cosas sencillas que nos hagan cumplir con nuestros deberes más elementales y se queja porque aquí­ se aplaude al funcionario corrupto que amasa fortuna y se le rinde pleitesí­a, igual que al empresario que evade impuestos o se roba el IVA. La verdad es que nos hemos ido acostumbrando a vivir tomando atajos para no cumplir con las leyes y las normas.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Los semáforos son una muestra, porque bajo el pretexto de que están mal sincronizados, son demasiados los conductores que se los pasan en rojo; una norma especí­fica y con pleno vigor prohí­be que dos personas viajen en motocicleta y, aunque nos parezca tonta la disposición, está vigente pero nadie la respeta y las autoridades no se preocuparon nunca en hacer que se cumpliera. Si hay dos carriles para que circulen los vehí­culos, a puro tubo formamos cuatro y nos metemos a como dé lugar, violentando el derecho de los que pacientemente observaron las normas. El cumplidor de la Ley y quien respeta las reglas de convivencia, está en desventaja en esta selva donde prevalece la ley del más fuerte. No digamos el papel de las autoridades que son reflejo de esa arbitrariedad y prepotencia. Ayer una mujer policí­a municipal, a las 15:00 horas, en el callejón entre el IGSS y la Municipalidad, detuvo el tráfico que vení­a en la 7ª. avenida y el piloto de un taxi le tocó la bocina. Con cara de pocos amigos, la dama se le plantó enfrente al taxista y peleando con él, nos detuvo a todos los automovilistas mientras se le roncó la gana aunque no viniera carro en la otra ví­a. Simplemente era gana de mostrar su autoridad. Como yo le dije que era absurdo que nos fregara a todos por su pleito con el taxista, me apuntó el número de placa y seguramente que me aparecerá una remisión porque así­ es como funcionan las cosas, con absoluto abuso y peor si sienten el respaldo de jefes superiores que son iguales o peores de prepotentes. Los guatemaltecos hemos renunciado a reclamar nuestros derechos porque llevamos las de perder frente a los que usan la fuerza. Si somos ví­ctimas de un asalto probablemente ni siquiera presentamos la denuncia pretextando que de todos modos no van a averiguar nada y que, si por casualidad lo hicieran, dejarán libre al delincuente que buscará venganza con la ví­ctima que tuvo la osadí­a de denunciarlo. Cierto que el Gobierno y los polí­ticos dan asco, pero es que nosotros no ejercemos nuestra ciudadaní­a ni para reclamar que cumplan con su deber y no pasamos de refunfuñar. Suena a extremo pesimismo y desazón lo que digo, pero es que en realidad cómo podemos aspirar a construir un paí­s diferente si yo mismo no estoy dispuesto a asumir un papel más activo en mi sociedad y a comprometerme para hacer las cosas bien y enfrentarme a quien las hace mal. Ahora que el narco y el crimen organizado actúan con total desfachatez, Dios libre al parroquiano que reclame por una simple cuestión de tráfico porque lo pueden matar impunemente por haber hecho una mala mirada. Con esas constantes y evidentes violaciones y transgresiones de la norma, como la que prohí­be a dos viajar en una moto, le estamos enviando mensaje a nuestros niños de que la ley es paja, que hay que mandarla al chorizo porque solo los pendejos la cumplen y quienes lo hacen salen perdiendo porque la ventaja la tiene quien hace lo que se le ronca la gana.