Nuestra cultura polí­tica (I)


Ayer, «Dí­a de la Constitución», gracias al auspicio de la Agencia Internacional para Desarrollo de los Estados Unidos de América, el Proyecto de Opinión Pública de América Latina, la Wichita State University, la Vanderbilth University y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Guatemala, Dinorah Azpuru, presentó el informe: «Cultura polí­tica de la democracia en Guatemala: 2006».

Walter del Cid

El informe es el resultado de un estudio que se viene realizando desde inicios de los años 90 y que se actualiza cada dos años. Nos presenta reveladores datos en los que me habré de detener en su momento.

De hecho, esta mañana Gustavo Berganza, en el matutino elPeriódico, reflexiona respecto a los datos que el estudio muestra con relación al ámbito municipal y espero poder documentar adecuadamente, para ampliar los contenidos por él expresados, y que no necesariamente son acertadas sus conclusiones con relación al estudio que hoy nos ocupa.

Voy a describir de lo general a lo particular en sucesivas entregas. Desde la perspectiva de la teorí­a polí­tica se sostiene que el papel de los partidos polí­ticos en Guatemala, simple y sencillamente no se cumple. Tal afirmación encuentra el nido adecuado cuando conocemos que entre hombres y mujeres el interés por la polí­tica es casi nulo. De hecho el estudio revela que ocho de cada diez guatemaltecos les interesa poco o nada la polí­tica. Ocho de cada diez hombres y mujeres. La indiferencia no distingue sexo.

Si a lo anterior le agregamos lo que el estudio revela respecto al posicionamiento ideológico de los guatemaltecos, en el que seis de cada diez se ubica entre el centro y el centro derecha, es decir la indefinición respecto de izquierda y derecha, vemos que el caldo de cultivo está totalmente preparado para que los partidos polí­ticos simple y sencillamente les interese poco o nada sustentar alguna ideologí­a.

Y esos dos elementos, al cruzarlos con lo que podrí­amos denominar cultura ciudadana, (otra gran ausente), cuando se les preguntó sobre la participación en manifestaciones o protestas, el resultado es interesante pues entre 16 paí­ses en los que se formuló la misma interrogante, Guatemala ocupa el penúltimo lugar, con apenas seis de cada cien guatemaltecos que dicen participar en tales actividades.

Primera afirmación mí­a. En suma, lo que se aplicó a nuestro sistema educativo cuando al final de la década de los años 60 se eliminó la educación cí­vica, de la escuela primaria, lo que se generó fue un guatemalteco deformado respecto a su responsabilidad y solidaridad social. Las generaciones sucesivas a partir de entonces se vieron ajenas al espí­ritu gregario que caracteriza a sociedades que suelen dar brincos cualitativos cada cierto tiempo y que están mejor preparadas para las embestidas del salvaje mercado que hoy impera en nuestro mundo contemporáneo.

Una reforma educativa que siga obviando la atención en este tema, simple y sencillamente lo que seguirá promoviendo es una persona con excesiva tendencia a la individualidad y, el egoí­smo acentuado es el fruto que se puede esperar como fatal resultante de esta omisión.

Ayer, «Dí­a de la Constitución» se conoció el referido informe. ¿Cuántos de nuestros jóvenes que representan la nada despreciable cifra de ser siete de cada diez, conocen sus derechos y obligaciones como ciudadanos guatemaltecos? ¿Qué posibilidades de impulsar cambios con perspectiva y visión social podrán concretarse con un vasto universo de indiferentes habitantes? Estamos describiendo el punto de partida de un nefasto cí­rculo vicioso para que sigamos condenados a estar igual o peor.