Nuestra Constitución


Hoy cumple años nuestra Constitución Polí­tica y celebramos el acontecimiento casi rezándole el responso porque muchos consideran que la crisis institucional, obvia e indiscutible, del Estado de Guatemala es culpa de nuestra Carta Magna y se plantea la necesidad no sólo de reformarla, sino de cambiarla totalmente como acción para iniciar un nuevo proceso de construcción del Estado.


Nuestra opinión es que la Constitución no es culpable ni causante del descalabro, sino que el mismo es más resultado de la falta de compromiso y de responsabilidad de los ciudadanos que del contenido en la letra muerta de nuestra ley fundamental. Podemos tener la mejor Constitución del mundo, redactada por las mentes más brillantes del planeta, pero ello no servirá de nada si los guatemaltecos mantenemos esa actitud de pasarnos la Ley y las normas de convivencia por el arco del triunfo y de ser indiferentes frente a la realidad social.

Mientras no exista una devoción de cumplimiento de las normas y una actitud colectiva de responsabilidad y respeto a los derechos ajenos, seguramente que el paí­s no podrá alcanzar ese fortalecimiento institucional requerido. Ciertamente puede haber aspectos y detalles precisos de nuestro ordenamiento constitucional que ameritan cambios y reformas, pero se habla ahora no de ajustar cuestiones que están reguladas de manera impropia, sino de darle caravuelta a nuestro ordenamiento legal para diseñar un nuevo modelo que, según sus inspiradores, sea el punto de partida de un paí­s diferente.

De entrada la reforma del Estado tiene más que ver con voluntad polí­tica y determinación del mismo pueblo que con el acomodo de las fuerzas electoreras del paí­s que serí­an las llamadas a integrar una Asamblea Constituyente. Se dice que no se pueden esperar resultados distintos haciendo lo mismo y ese argumento se usa para convencer sobre la necesidad de reformar la Constitución, pero resulta que los que la pueden reformar son los mismos de siempre, los que han mangoneado al paí­s y se han aconchabado con las fuerzas de los poderes ocultos para aprovecharse del Estado y mamar de la teta del erario.

Antes de pensar en reformar la Constitución, a juicio nuestro, vale la pena hacer un acto de fe, de acatamiento de sus normas y respeto a sus regulaciones, para que le demos oportunidad a nuestra Ley Fundamental de operar como un auténtico pacto social que nos defina la clase de Estado que debemos tener, el paí­s que ansiamos ser y el pueblo cuya dignidad debemos fortalecer. Celebrar la Constitución es más que clamar por su reforma: es afirmar nuestra vocación de respeto y acatamiento de las leyes nacionales.