El sociólogo Emile Durkheim introdujo el término «anomia» como el estado de una sociedad en la cual no existen normas de comportamiento, y que incide en la incapacidad de los ciudadanos de alcanzar sus metas.
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Pero, ¿cómo se llega a ese estado de incapacidad? Pues, al igual que un padre que no corrige a su hijo, nuestra sociedad carece del sistema de corrección/premiación, el cual es fundamental para determinar cuáles son los comportamientos buenos o malos.
Volviendo al ejemplo del padre y el hijo, si aquél no le aplica correctivos (y no necesariamente violentos, basta con un regaño o una llamada de atención), éste no aprende a discernir qué es lo que hace mal. Del mismo modo, si no hay premios (no necesariamente económicos, basta con una caricia o una felicitación verbal) sobre lo que hace bien, el infante no aprende a esforzarse, porque, al final, ¿para qué?, si no sirve para destacar.
En nuestra sociedad, estamos peor que ese niño que no tiene correctivos ni premios, porque, al contrario, quienes viven al margen de la ley no reciben condena justa ni proporcional al hecho cometido. Lo peor es que, a algunos, incluso los premian, recibiendo favores del sistema de justicia, como gozar de inmunidad.
Ya sabemos que nuestro sistema de justicia es fatal, porque según estadísticas de años anteriores, ni siquiera se llegaba al tres por ciento de acusaciones que reciben sentencia (que no quiere decir que ésta sea condenatoria).
Pero, lo peor es que, ese escasísimo margen de éxito de condena no recibe un castigo justo ni proporcional. Quiero decir que nuestro castigo es el aislamiento de la sociedad, al ser recluidos en cárceles.
Y, como todos sabemos, nuestras cárceles, más que castigo, son guaridas desde donde se preparan los crímenes más crueles. El castigo por aislamiento es una visión judía que procede de la práctica de apartar a los leprosos, que eran considerados pecadores y, por ende, desviados.
Una vez erradicada la lepra, el asilamiento social continuó siendo la solución contra la desviación social, sobre todo para la locura y la delincuencia. Sin embargo, en nuestras cárceles, el aislamiento no es castigo. Al contrario, es un estado de gracia, en donde se permite de todo, como obtener los mejores aparatos eléctricos, tener tiempo para planificar crímenes y tener todo un aparato de comunicación (celulares, Internet, etc.) para coordinar las acciones delictivas desde dentro.
En los últimos días, en Diario La Hora, se publicaron trabajos que evidencian los peores vicios de nuestras cárceles, como el del lunes 12 de octubre, titulado «Niñas y adolescentes son violadas en Sector 11 del Preventivo», o el de ayer, en donde, a través de fotografías de archivo, se demostró que un pandillero recién capturado debería haber estado en la cárcel.
Yo sé que esta problemática es común en la mayoría de países, pero en Guatemala, las cárceles es el mero paraíso (salvo que usted sea una buena persona y caiga por error ahí, lo que sería un verdadero infierno) del delincuente. Pero lo sobresaliente del país es que las autoridades no parecen interesadas en remediar esto. ¿Qué intereses habrá detrás de mantener las cárceles en esta situación?
Se crea una cárcel de máxima seguridad, pero pronto estará vacía, ya que ayer un juez ordenó el retorno de un recluido ahí al Preventivo de la zona 18, abriendo la puerta a que otros detenidos de alta peligrosidad apelen con los mismos argumentos. El Ministerio de Gobernación asegura que hay medidas de seguridad rígidas, pero en cada requisa siguen encontrando celulares, electrodomésticos y ¡hasta aparatos que anulan el aparato de bloqueo de señal de celular!
Por algo estamos como estamos, si nuestro sistema de castigo está mal… ¿cómo podemos persuadir a nuestra niñez y juventud que no se desvíen al margen de la ley? (http://diarioparanoico.blogspot.com)