Notas sobre las marchas fúnebres procesionales de Semana Santa


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Como todos los años los días de Semana Santa, cubren ya los corazones de los guatemaltecos de los cuatro pueblos que habitan este envoltorio mágico que es Guatemala.

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Celso A. Lara Figueroa
Universidad de San Carlos de Guatemala

Por lo tanto se inician ya las procesiones, altares, velaciones y huertos que acaparan el imaginario colectivo, junto a jacarandas, matilisguates y flor de corozo que ennoblece la naturaleza de nuestro país en honor a esta Fiesta Nacional Guatemalteca.

De tal manera que  nos pareció oportuno escribir breves notas sobre las Marchas Fúnebres Procesionales que tan frecuentemente se escuchan en los alrededores de los templos, colegios y por supuesto en las casas de aquellos que gustan tanto de vivir a plenitud los tiempos cuaresmales entre aroma de corozo y serrín teñido.
   
En Guatemala existe una amalgama de fenómenos culturales muy profundos, entre ellos las marchas fúnebres de  Semana Santa.  He aquí pues, unos escolios a vuelapluma al respecto:

Las marchas fúnebres procesionales, como género musical, son originarias de Guatemala.  Por los estudios historiográficos, musicales y musicológicos actuales, podemos afirmar que la primera marcha fúnebre aparece en Guatemala a finales del siglo XVI y figura en el coro del Sagrario en la Catedral Metropolitana, compuesta probablemente en 1593, y localizada por Enrique Anleu Díaz y el autor del presente trabajo.

El Códice del Sagrario contiene la música de la Catedral Metropolitana, tanto de Santiago de Guatemala como de la Nueva Guatemala de la Asunción, entre ella, un manuscrito (titulado por los estudiosos como Codex MS-150) para órgano y orquesta de metales, que debió interpretarse en cortejos procesionales en el interior del mismo templo y que recuerda las marchas procesionales que por aquel entonces resonaban en Europa, en particular en Venecia y Florencia, y que compositores como Andrea y Giovanni Gabrieli, Claudio Monteverdi y otros, habían escrito ya en la Italia  renacentista, policoral y múltiple, tanto sacra como profana.

De ahí pues que podemos decir, con base documental, que las marchas fúnebres de Guatemala tienen su origen en las marchas procesionales europeas policorales de principios del siglo XVI.
   
Con el transcurrir de los siglos de colonización y el proceso de sincretismo religioso, dichas marchas se adaptaron perfectamente a las bandas militares (instrumentos de cobre, madera y percusión), y desde entonces han acompañado a los cortejos procesionales.  Se convierten en un estilo nuevo americano y guatemalteco.  Ya son mencionadas, con asombro, por José Moziño en el siglo XVIII cuando vino a Guatemala al frente de la expedición científica de los Reyes Borbones, por lo que suponemos que si las procesiones guatemaltecas se remontan hacia finales del siglo XVI, las marchas fúnebres son de la misma época o de principios del XVII.  Lo que sí es histórico es el hecho que se mencionan en el siglo XVIII y se encuentran ya partituras en el siglo XIX, como algunas marchas dedicadas por el Maestro Eulalio Samayoa, en el siglo XIX a Jesús de Candelaria.  Los compositores de marchas fúnebres han sido muy particulares desde sus inicios:

Algunos de estos maestros no poseen conocimientos musicales o muy pocos.  Sin embargo, como la marcha fúnebre tiene una estructura musical muy fija, resulta relativamente fácil componerla para luego ser orquestada por un músico con mayores conocimientos técnicos. Es música escrita para banda marcial (instrumentos de viento y percusión). Su estructura musical básicamente es la siguiente: una primera parte dramática, en donde se expone el tema principal, una segunda  parte que modula a su relativa mayor, y que constituyen variaciones sobre el tema principal de la primera parte y una resolución en tono menor (por ejemplo: Los Pasos).  Escritas en tonalidades menores, su ritmo característico es 4/4.  La marcha fúnebre  guatemalteca pone mucho énfasis en la participación de los cobres en sus melodías: cornos franceses, helicones, trompetas y trombones.  Los nobles clarinetes y las flautas intervienen en la filigrana de la melodía clave.  Hay que destacar el paso, ritmo y dinámica de la marcha, marcado especialmente por el redoblante, el bombo, los platillos y actualmente los “timbales rodantes”.
   
Las marchas fúnebres ponen el toque de nostalgia y profundo dolor a los cortejos procesionales cuaresmales y de Semana Santa.  Tanto es así que cada procesión va acompañada de una banda de música que llena de inusitada emoción a cargadores y penitentes.  El espacio de esta columna no nos permite ahondar más en esta manifestación popular urbana de la ciudad de Guatemala, pero queremos mencionar que es una modalidad de música popular de la civitas, de hondas raíces sociales y de sentimientos encontrados.  Marchas como La Fosa, Una Lágrima, Los Pasos, ¡Señor, Pequé!, El Cuervo, etc., son del dominio de todos los músicos y “de las gentes del pueblo”: tanto es así que se difunden en los medios de comunicación, ahora inclusive por grabaciones digitales (CD), y en cada una de las procesiones.  Como todo fenómeno popular, el nombre de sus autores se tiende a colectivizar, pero vale la pena mencionar a maestros como Manuel E. Moraga, Santiago Coronado, Mariano de Jesús Díaz, Julián Paniagua, Salvador y Fabián Rojo, Mario Paniagua, Monseñor Santa María y Vigil y Mónico de León, entre otros;  éstos y los demás compositores de marchas fúnebres guatemaltecas merecen un estudio detenido histórico-musicológico que aún espera.

De esta manera, querer destruir este tipo de música, o bien sustituirla por grabaciones como ha sucedido en varias Semanas Santas, es atentar contra el poco patrimonio cultural colectivo que todavía guarda Guatemala.  ¿No será, acaso, que en el mismo seno de la Iglesia Católica se están gestando cambios tan obscuros que terminarán por extinguir el sentido histórico social que la religión católica tiene para Guatemala como fuente de identidad nacional? Ojalá que no, pues les estaríamos haciendo el juego a las intolerantes y rabiosas sectas fundamentalistas (“¿hermanos separados?”), que hoy invaden ciudades y campos de este maravilloso envoltorio mágico que es Guatemala.