Notas sobre la vida de Franz Schubert -III-


Con esta columna finalizamos nuestro homenaje a ese gran maestro de la música como es Franz Schubert y como tributo a Casiopea, esposa dorada, quien es fuente de miel que va surcando mis manos aladas, que la anhelan esplendentemente como trino empapando de música infinita mis oí­dos sembrados de árboles mágicos suyos.

Celso Lara

En 1824 Schubert alquiló, por primera vez, una habitación, cosa que no hizo más que aumentar sus dificultades económicas. En su Diario, fecha 24 de marzo, puede leerse: «El dolor agudiza el espí­ritu y hace al hombre más fuerte; la alegrí­a, por el contrario, ablanda los sentidos y nos hace débiles».

En 1825 se le ofreció el puesto de segundo organista de la Corte; Schubert rehusó: «el Estado debe mantenerme a fin de que yo pueda componer con toda libertad y exento de preocupaciones». Puede que este hombre tí­mido tuviera miedo ante tal prueba, pues, en el otoño siguiente, solicitó, pero en vano, el puesto de segundo director de manera regular, pero los honorarios que le producí­an eran ridí­culamente bajos.

En 1827, la plaza de maestro de capilla en el Karntnertortheater quedó vacante. Las intrigas hicieron fracasar las numerosas tentativas de Schubert por obtener este puesto. El breve juicio que sobre Schubert expresó Beethoven antes de morir no pudo liberarle de sus preocupaciones. Después del entierro de Beethoven, Schubert y sus amigos fueron al café, se bebió el primer vaso: «Por el que acabamos de enterrar»; el segundo «por el que le siga». ¿Presentí­a que serí­a él?

En el lieder Viaje de Invierno se hace patente el deseo de morir; él mismo llama a este ciclo «guirnalda de amargas canciones». Su pobreza le pesaba cada vez más.

Cuando los domingos visitaba a sus padres, pedí­a algunos kreuser a su madre para poder adquirir un poco de comida. El 26 de marzo de 1828, por su cuenta y riesgo, Schubert dio un concierto en el que sólo fueron ejecutadas obras suyas.

El éxito fue grande, las crí­ticas se inhibieron; con el producto de dicho concierto (800 florines), Schubert pudo comprarse un piano, pues desde hací­a años tení­a uno alquilado y pagó sus deudas.

El Atlas y El roble, lieders compuestos hacia la misma época, traducen el ambiente que dominó el último año de la vida de Schubert. El 4 de noviembre de 1828 rogó a W. Sechter que le aceptase como alumno en su curso de contrapunto. Se sentí­a, sin embargo, muy enfermo, tanto, que a la semana siguiente se le declaró el tifus. Murió después de una penosa agoní­a y de haber recibido los últimos sacramentos, el 19 de noviembre de 1828. Grillaparzer compuso su epitafio: «La muerte ha enterrado aquí­ a un hombre ricamente dotado y con mejores esperanzas todaví­a».

Finalmente, podemos señalar que la vida de Schubert es un ejemplo de creatividad, tesón y profunda lucha consigo mismo en una encrucijada de caminos de la Historia: El Siglo de las Luces y el inicio del Positivismo.

Las notas anteriores las basamos en los análisis de C. Howí«ler y Paul Landormy, así­ como las reflexiones personales del autor frente a las composiciones de uno de sus músicos predilectos.