Siguiendo con nuestra intención de hacer un breve bosquejo sobre las obras musicales de Franz Serafhín Schubert, haremos un comentario muy sucinto sobre otros ámbitos musicales abordados por el sentido compositor vienés fuera del Lied. Con estas notas dedico un homenaje de amor a Casiopea, cuyo único sonido se convierte en cascada de miel, esposa dorada, quien es barco despeñado en mi corazón ardiente y a quien ciño la cintura en la plenitud del alba.
No obstante, a pesar de haber legado a la humanidad obras de calidad y profundidad como lo es la Sinfonía Inconclusa o Inacabada, Schubert brillará siempre como el compositor de canciones íntimas y Lieder, pequeños trozos de firmamento en donde brillan con toda fuerza «el alma germana» de Henrich Heine y de Wolfang Goethe. Es el mundo de los Elfos, y entre ellos Franz Serafín, el Señor y el más Alto de todos.
Comentemos, pues, otras obras del gran maestro vienés:
La música de cámara
En ella predominan los quince Cuartetos para Cuerda. En 1812, Schubert escribió tres Cuartetos destinados a la música doméstica, que practicaba regularmente en compañía de su padre y sus hermanos. Los cuatro Cuartetos siguientes son todavía, en realidad, obras de juventud. Los números de opus pueden inducirnos a error: Opus 29 (1824); Opus 125 núms. 1 y 2 (1817); Opus 16 (1826), Opus 168 (1814); obras póstumas: Cuarteto en re menor (1824), Cuarteto en sol menor (1815). El más conocido es ciertamente el Cuarteto en re menor, quizás a causa de su andante y sus variaciones sobre el La Muerte y la muchacha; el primer tiempo es menos profundo que los otros. Más hermosa todavía es el Opus 29, en La menor; el andante utiliza una encantadora melodía, sacada del entreacto en si bemol mayor de Rosamunda. El final revela una influencia húngara. Schubert llegó de hecho a su apogeo en la música de cámara para instrumentos de cuerda con el Quinteto en do mayor, Opus 163, compuesto en 1828.
El Quinteto «de la trucha», Opus 114, para piano, violín, viola, violoncelo y contrabajo (1819), nos llama la atención por su colorido original, por su sencillo y dulce lirismo; el segundo tiempo, lento, introducido entre el Scherzo y el Final, presenta unas variaciones sobre la canción popular La trucha. A causa de los elementos poco comunes que lo integran, el Octeto en fa mayor, Opus 116 del año 1824, para cuarteto de cuerda, contrabajo, clarinete, fagot y trompa, se toca muy pocas veces, pero sobresale entre toda la obra de Schubert por su acentuado lirismo. De los dos Tríos para piano es, sobre todo el en si bemol mayor, Opus 99, del año 1826, una pieza encantadora.
Composiciones para piano
También aquí podrían inducir a error los números de las obras: Opus 42, 43 y 120: 1825; Opus 122, 147 y 164: 1817; Opus 143: 1823; las Sonatas póstumas en do menor, la mayor y si bemol mayor: 1828; la Inacabada en do mayor: 1825. En la Opus 122 (Quinta Sonata para piano) logró Schubert su propio estilo pianístico. En las Opus 143 y 42 preparó ya el camino a Brahms. Entre las Sonatas de 1825 la más importante es la Sonata en re mayor, Opus 53, obra monumental, que no sólo tiene de común con la Sonata Waldstein de Beethoven sino también el número de opus; la Sonata Inacabada en do mayor es también digna sucesora de Beethoven. La encantadora melodía, introducción de la Opus 120, promete más de lo que realmente es luego; se convierte en uno de los aires favoritos de la opereta Canción de amor compuesta en 1916 por H. Berté con melodías de Schubert.
Lo grandioso domina en los primeros tiempos de las Sonatas póstumas en do menor y la mayor: el adagio de la que está en do menor es uno de los fragmentos más profundos de Schubert. La última Sonata en si bemol mayor da rienda suelta al lirismo contenido en la Opus 120. De las restantes obras para piano, la Fantasía del caminante Opus 15 (1822), es la que se interpreta más a menudo. Esta obra monumental comprende: un Allegro con fuoco, un Adagio en do sostenido menor (fantasía sobre el lied El caminante errante), un Scherzo en la bemol mayor, cuyo Trío es un vals en re bemol mayor, y un Final, que empieza por un fugato.
Las pequeñas piezas para piano son una fuente inagotable de goces íntimos. Una impresión inolvidable de cómo Schubert improvisaba música bailable para sus amigos la encontramos en los Valses Opus 9 y 127, los Valses sentimentales, Opus 50 y los Valses nobles, Opus 77. Igualmente íntimos, pero de mayor importancia, son la mayoría de los Impromptus Opus 9 y 142, y los Momentos musicales, Opus 94. Un tesoro de la música doméstica son las piezas para piano a cuatro manos, de las que las Marchas militares, Opus 51 son muy conocidas gracias a los arreglos que con ellas se han realizado.