Otra persona muerta en la Interamericana; joven degollado; matan a bebé de año y medio junto a su madre en la zona 7; aparecen dos jóvenes muertos dentro de un carro, se cree que fue crimen pasional; motín en la cárcel de mujeres; le cercenan los dedos; atropellado; aparecen los restos de un infante en una bolsa plástica; pandillas se enfrentan; tiroteo en El Gallito, lo matan frente a su esposa; familia envenenada por venganza de una vecina; ultimado; acuchillado; le dieron el tiro de gracia; los matan en un funeral; gato pierde los dientes al ser lanzado al aire y estrellarse contra una pared…
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Datos impactantes, al menos, aún lo son para quien viene de fuera, porque para nosotros, los chapines, es ya el pan nuestro de cada día –con excepción de la nota del gato y eso porque apareció en redes sociales, porque ellos también, los animales son víctimas de violencia a diario–, encendemos el radio por la mañana y escuchamos los sucesos tal cual y como escuchamos el reporte del tráfico o el estado del tiempo, pasamos las hojas de los diarios, cada vez más llenas de muertos, sin inmutarnos, comentamos la “terrible” situación que se vive en Guatemala y los hechos de violencia con el café en la mano, acostumbrados, resignados.
Cada día inconscientemente, la violencia se vuelve parte de nuestra existencia, así la hemos asumido y aunque asuste saber que el promedio de asesinatos en el país es de aproximadamente 18 personas, al ver el noticiero de la noche, no nos quita el sueño un muerto más. En este país hay mano dura, dicen.
Es increíble la sumisión con la que hemos aprendido a vivir-sobrevivir, no me gusta decirlo así nomás, sin el sobre, porque es mentira, se sobrevive, se trabaja por necesidad, se aguantan violaciones, desprecios, acosos y atrancazones todo el tiempo porque ni modo, y por eso nos quedamos estáticos ante tanta violencia, muerte, dolor.
Quizá es que los chapines somos muy confiados y pensamos que a nosotros no va a pasarnos nada, hasta que…
O tal vez, es porque creemos que nada va a cambiar, hombres (y mujeres por supuesto) de poca fe, sin esperanzas (no es propaganda). O simplemente porque cuando se desea castigo a quien comete un abuso debemos mejor avergonzarnos por nuestros malos instintos.
Porque vemos que cada día todo va en detrimento, que la vida, y de nuevo la disyuntiva ¿qué vida?, no vale nada, no se respeta, que a quien le pagan por matar o lo hace porque le gusta, le da lo mismo matar a una mosca que a un cristiano (en busca de sinónimos no de creencias).
Me asusto por todo esto, de mí misma, cuando narro a algún amigo extranjero lo que ocurre en mi belloyhorrendo país con la misma frialdad con que le cuento un chiste, me angustia pensar que quien llegue al poder, sea del color que sea, no va a poder hacer nada, o al menos, hasta ahora no sé de qué manera pretenden hacerlo. Me deprime oír a todo el mundo decir, ¡qué se va hacer!, o decir que pedir justicia no es la solución y que no es de gente buena desear el mal al otros, me insulta mi inconsciente que me domina y me tiene ahí amansada, de pronto protestando a través de la palabra, pero nada más y tiemblo sólo de pensar que al abrir un diario voy a encontrar el nombre de alguien conocido en una nota roja.